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Arrancame la vida

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compré frente al panteón de Tonanzint<strong>la</strong>, a <strong>la</strong> que iba cuando tenía ganas<br />

de gritar y esconderme. Era un cuarto de <strong>la</strong>drillos en el que puse una<br />

mecedora y una mesa con mis cajas de fotos y recortes. No le entraba el<br />

sol porque en el patio había un árbol enorme sobre el que se enredó una<br />

bugambilia que pasaba del árbol al techo de <strong>la</strong> casa, cubría <strong>la</strong>s tejas y se<br />

asomaba por <strong>la</strong>s ventanas. Ahí berreaba yo hasta quedarme dormida en<br />

el suelo y cuando despertaba con los ojos hinchados volvía a Pueb<strong>la</strong> lista<br />

para otra temporada de serenidad.<br />

Después de <strong>la</strong> muerte de Carlos, Lilia entró en rebeldía contra su padre.<br />

Desconfiaba de él, y quería acompañarme todo el tiempo. Íbamos juntas<br />

a comprar fruta a La Victoria, me hacia llevar<strong>la</strong> al Puerto de Veracruz y<br />

escoger con el<strong>la</strong> los vestidos y los zapatos que se compraba cada dos<br />

días. Se puso de moda llenarse los brazos de pulseras de oro con<br />

enormes medal<strong>la</strong>s colgando. Cuando se acercaba sonaba como vaca con<br />

cencerros.<br />

No me gustaba comprar en El Puerto porque ahí compraban <strong>la</strong>s mujeres<br />

de Andrés. El tenía una cuenta que arreg<strong>la</strong>ba con los dueños, en <strong>la</strong> que firmaban<br />

lo mismo sus hijas que <strong>la</strong> última viva con <strong>la</strong> que andaba. Yo no.<br />

Sólo por Lilia fui de repente. Me gustaba, era curiosa y metiche como yo.<br />

Estaba dispuesta a todo. Las otras hijas de Andrés no eran así.<br />

Después de un tiempo de obedecer a su padre y salir a cenar con los<br />

A<strong>la</strong>triste cada vez que se lo pedían, decidió enamorarse de un muchacho<br />

Uriarte. Tenía una moto India y el<strong>la</strong> se iba a escondidas a correr<strong>la</strong> con él<br />

por <strong>la</strong> carretera a Veracruz. Yo <strong>la</strong> protegía y hasta me hice amiga del<br />

muchacho que me caía en gracia y me libraba de emparentar con los<br />

A<strong>la</strong>triste.<br />

Emilito volvió con Georgina Letona que le perdonaba todas, y le había<br />

aguantado un noviazgo de ocho años. Era bellísima y lo quería como una<br />

boba. No recuerdo a nadie con sus ojos. Tenía <strong>la</strong>s pestañas apretadas y<br />

oscuras, unas cejas como dibujadas y en el centro dos bo<strong>la</strong>s color miel<br />

idénticas al pelo que le caía hasta los hombros. Nunca <strong>la</strong> oí carcajearse:<br />

sonreía. Enseñaba los dientes pequeños y parejos bajo los <strong>la</strong>bios abiertos<br />

con una espontaneidad que daba envidia.<br />

Lilia y yo los encontramos una vez caminando por Reforma cogidos de <strong>la</strong><br />

mano. Cuando estaba con el<strong>la</strong>, Emilito perdía el gesto de idiota con el que<br />

lo recuerdo.<br />

-¿Te imaginas el ridículo de casarme con éste? Desde antes de <strong>la</strong> boda ya<br />

iban a vérseme los cuernos sobre <strong>la</strong> frente -me dijo Lilia después del<br />

encuentro.<br />

Yo le pasé un brazo por el hombro y le dije que tenía razón y que bendita<br />

<strong>la</strong> hora en que Uriarte había aparecido a salvar<strong>la</strong> del ridículo.<br />

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