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Arrancame la vida

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aquí, vivirán con nosotros.<br />

Moví <strong>la</strong> cabeza de arriba para abajo y luego enseñándoles a <strong>la</strong> niña dije:<br />

-Esta es su hermana. Se l<strong>la</strong>ma Verania.<br />

Octavio se acercó a mirar<strong>la</strong> preguntando por qué tenía un nombre tan<br />

raro y yo le conté que así se L<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> madre de mi padre.<br />

-¿Tu abue<strong>la</strong>? -preguntó y se puso a pasar <strong>la</strong> mano por <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong> de<br />

Verania.<br />

Era un muchacho de ojos oscuros y confiados. Se reía igual que Andrés<br />

cuando quería hacerse agradable y pareció dispuesto a ser mi amigo. No<br />

pasó lo mismo con su hermana. El<strong>la</strong> se quedó en <strong>la</strong> puerta junto a su<br />

padre, cal<strong>la</strong>da, sin dedicarme una mirada buena. La vi fea, medio gorda,<br />

de ojos tristones y <strong>la</strong>bios muy delgados. Tenía los pechos chiquitos y <strong>la</strong>s<br />

caderas cuadradas, le faltaban nalgas y le sobraba barriga. Me dio pena.<br />

Octavio y el<strong>la</strong> quedaron insta<strong>la</strong>dos cerca de nosotros y de repente nos<br />

volvimos una familia. Hasta pensé que sería bueno tener compañía<br />

cuando Andrés no estuviera.<br />

En <strong>la</strong> noche lo abrumé con preguntas. ¿De dónde le salieron esos hijos?<br />

¿Tenia más?<br />

Por lo pronto esos dos. Había conocido a su madre a principios de 1914<br />

cuando fue a México acompañando al general Macías, un viejito que fue<br />

gobernador de Pueb<strong>la</strong> tras <strong>la</strong> renuncia del gobernador constitucional,<br />

después de que Victoriano Huerta mató a Madero. Yo no sabía bien lo<br />

sucedido en esos años, pero Andrés me lo contó a saltos <strong>la</strong> noche del día<br />

en que llegaron sus hijos.<br />

Macias era de Zacatlán. Arriero como el papá de los Ascencio, peleó en<br />

Pueb<strong>la</strong> contra los franceses y se unió a <strong>la</strong>s tropas de Porfirio Díaz. Con él<br />

se hizo importante y rico. Cuando llegó <strong>la</strong> Revolución regresó al pueblo<br />

donde tenía un rancho y se sentía protegido. Andrés entró a trabajar con<br />

él. Era su jefe de peones, un muchacho listo, hijo de un conocido, se lo fue<br />

ganando. Cuando Huerta le ofreció <strong>la</strong> gubernatura, el viejillo <strong>la</strong> agarró<br />

encantado y se llevó a su ayudante para Pueb<strong>la</strong>. A los seis meses de andar<br />

dizque gobernando se puso enfermo. Quiso ir a curarse a México y cargó<br />

con Andrés que se le había hecho necesario porque era ordenadísimo y lo<br />

cuidaba como un perro. Sabia dónde había puesto sus anteojos siempre<br />

que los perdía, y aprendió a manejar su ropa y hasta algunas de sus<br />

cuentas. El general duró enfermo tres semanas y a principios de enero de<br />

1914 murió como era de esperarse. Andrés se quedó en México solo, sin<br />

entender una chingada de todo lo que ahí pasaba, sin trabajo y con dos<br />

monedas de p<strong>la</strong>ta, regalo del viejo Macias.<br />

Le gustó <strong>la</strong> ciudad. Consiguió trabajo en un establo por Mixcoac y se<br />

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