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-le dije y salí corriendo hasta <strong>la</strong> maceta con el helecho. Hurgué entre <strong>la</strong>s<br />
hojas, encontré un papel, con su letra:<br />
«Mi muy querida: Esperaba que vinieras pronto, aunque fuera vestida.<br />
Tuve que salir porque recibí un recado de Medina pidiendo verme a <strong>la</strong>s<br />
seis en <strong>la</strong> puerta de San Francisco. Me llevé a los niños y <strong>la</strong> evocación<br />
exacta de tus redondas nalgas. Besos aunque sea en <strong>la</strong> boca. YO.»<br />
Bajé corriendo <strong>la</strong>s escaleras. Crucé el patio del centro al que Andrés se<br />
asomaba recién despertado.<br />
-¿Quién está dispuesto para el dominó? -me preguntó.<br />
-No sé. Carlos y los niños se fueron a San Francisco. Yo voy a buscarlos.<br />
No he pasado por el salón de juegos pero ya debes tener ahí cliente<strong>la</strong>.<br />
Ahorita le digo a Lucina que te mande el café y los choco<strong>la</strong>tes -dije todo<br />
eso, rapidísimo y sin detenerme.<br />
-¿Carlos se llevó a los niños? ¿Quién le dio permiso? -gritó Andrés.<br />
-Siempre se los lleva -contesté también gritando mientras bajaba <strong>la</strong>s<br />
escaleras rumbo al garaje.<br />
El coche que encontré cerca de <strong>la</strong> puerta era un convertible. Me subí en<br />
ése y bajé a San Francisco derrapando. Cuando llegué al parque fui más<br />
despacio, pensé que <strong>la</strong> conversación con Medina no iba a ser en <strong>la</strong> puerta<br />
de <strong>la</strong> iglesia y que Carlos necesitaría que los niños jugaran en alguna<br />
parte mientras él conversaba. No los vi entre los árboles, ni caminando<br />
sobre los bordes de <strong>la</strong>s fuentes, ni bebiéndose el agua puerca que unas<br />
ranas de ta<strong>la</strong>vera echaban por <strong>la</strong> boca. No estaban en los columpios ni en<br />
<strong>la</strong>s resba<strong>la</strong>dil<strong>la</strong>s, ni en ninguno de los sitios en que jugaban<br />
habitualmente. Tampoco vi a Carlos sentado en una de <strong>la</strong>s bancas ni<br />
tomando café en los puestos de chalupas. Me entró furia contra él. ¿Por<br />
qué se metía en política? ¿Por qué no se dedicaba a dirigir su orquesta, a<br />
componer música rara, a p<strong>la</strong>ticar con sus amigos poetas y a coger<br />
conmigo? ¿Por qué <strong>la</strong> fiebre idiota de <strong>la</strong> política? ¿Por qué tenía que ser<br />
amigo de Álvaro y no de alguien menos complicado? ¿Dónde estaban?<br />
Hacía frío. Seguro se salieron sin suéter -pensé. Les va a dar gripa a los<br />
tres y a mí pulmonía por andar en este pinche coche abierto. ¿Donde<br />
están? ¿Se habrán ido al zócalo?<br />
Estacioné el coche al pie de <strong>la</strong>s escaleras del atrio, me bajé y corrí a ver si<br />
seguían en <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> iglesia. A lo mejor se habían quedado ahí para<br />
esperarme.<br />
El atrio es una exp<strong>la</strong>nada <strong>la</strong>rga, sin rejas, al fondo está <strong>la</strong> iglesia con su<br />
fachada de azulejos y sus torres delgadas. Ahí, justo en <strong>la</strong> puerta ya<br />
cerrada, estaban los niños sentados en el suelo.<br />
-¿Qué pasó? -dije cuando los vi solos, tan extrañamente quietos.<br />
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