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Arrancame la vida

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Cuenca que soltó una carcajada. Además <strong>la</strong>s tierras son de Lo<strong>la</strong>.<br />

-¿De qué se ríe usted? -preguntó Andrés.<br />

-De <strong>la</strong>s ocurrencias de su señora, general, que dice que <strong>la</strong>s tierras eran<br />

del padre de Lo<strong>la</strong> Campos.<br />

-Con razón se ríe usted de el<strong>la</strong>.<br />

-Con el<strong>la</strong>, general -dijo Sergio. Luego alzó su copa y tuvo a bien acordarse<br />

de un chiste tras otro en lo que quedó de cena.<br />

Como a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> mañana Marilú entró en su zorro y se despidió junto<br />

con su marido y los otros invitados. Los acompañamos hasta <strong>la</strong> puerta.<br />

Doña Julia Conde se abanicaba incansable.<br />

-Yo no sé niña -le dijo a Marilú cómo puedes usar ese animal encima. En<br />

este país hace calor todo el año. Tenemos un invierno de mentiras. Yo me<br />

<strong>la</strong> paso abochornada.<br />

-Esta ya no salió jamás de <strong>la</strong> menopausia -comenté con Andrés que me<br />

abrazaba de un hombro y dijo:<br />

-Tiene usted razón doña Julia, nuestras señoras ya no aguantan lo que <strong>la</strong>s<br />

de antes, hay que guardar<strong>la</strong>s entre pieles para que le duren a uno siquiera<br />

hasta que crezcan los hijos. ¿No crees Julián?<br />

-C<strong>la</strong>ro que lo cree -dijo Marilú como despedida.<br />

-¿Quién te dijo a ti que <strong>la</strong>s tierras de Alchichica eran de esa mujer?<br />

-preguntó Andrés cuando cerramos <strong>la</strong> puerta.<br />

-El<strong>la</strong> -le contesté. Me vino a ver hace como un mes. Quería que yo te<br />

hab<strong>la</strong>ra, que te convenciera de que su padre <strong>la</strong>s heredó de su padre y que<br />

por muchos años ellos <strong>la</strong>s cultivaron, hasta que De Ve<strong>la</strong>sco se <strong>la</strong>s quitó a<br />

<strong>la</strong> ma<strong>la</strong> y ahora que está en quiebra se le hace muy fácil venderle a Heiss<br />

lo que no es suyo. Y Heiss compra barato con el pretexto de que hay<br />

riesgo de invasión. ¡Qué bárbaros Andrés!<br />

-¿Qué dijiste? -preguntó.<br />

-¿Qué le iba yo a decir? Que buscara otro camino, que yo a ti no te podía<br />

hab<strong>la</strong>r de eso, que no me oías. ¿Qué importa lo que le dije? No <strong>la</strong> ayudé.<br />

Sentí vergüenza cuando se levantó y dio <strong>la</strong> vuelta para irse a <strong>la</strong> calle sin<br />

darme <strong>la</strong> mano.<br />

-¿Y si te cal<strong>la</strong>ste un mes por qué tienes que hacerte <strong>la</strong> enterada hoy en <strong>la</strong><br />

noche?<br />

-Porque así es uno. Hasta que no le llegan a lo suyo no siente -dije.<br />

-Catalina, tú sigues sin entender. Esas tierras no son de Lo<strong>la</strong>, no te<br />

puedes creer todo lo que te venga a contar una india. Y el negocio de hilo<br />

en que metí a tu padre es <strong>la</strong> cosa más inofensiva que haya pasado por su<br />

camino.<br />

-No te creo -le dije por primera vez en mi <strong>vida</strong>-. No te creo ninguna de <strong>la</strong>s<br />

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