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Arrancame la vida

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sabía de una señora en su pueblo que se murió nomás de tomarlo un mes<br />

seguido, aunque los doctores nunca creyeron que hubiera sido por eso.<br />

Que se le paró el corazón, dijeron y ni supieron por qué, pero el<strong>la</strong> estaba<br />

segura que por <strong>la</strong>s hojas había sido, porque así eran <strong>la</strong>s hojas, buenas<br />

pero traicioneras. Me <strong>la</strong>s llevaba porque oyó en <strong>la</strong> boda que me dolía <strong>la</strong><br />

cabeza y por si se me ofrecían para otra cosa. Los higos ahí los dejaba<br />

para ver si me gustaban y ya se iba porque era tarde y luego no alcanzaba<br />

camión de regreso.<br />

Yo <strong>la</strong> oí hab<strong>la</strong>r sin contestarle, a veces asintiendo con <strong>la</strong> cabeza, soltando<br />

<strong>la</strong>s lágrimas cuando habló de Carlos como si lo conociera, mordiendo un<br />

higo tras otro mientras acababa de recomendar sus hierbas. No parecía<br />

esperar que yo dijera nada. Terminó de hab<strong>la</strong>r, se levantó y se fue.<br />

Lucina entretuvo a los niños con un juego. Se les oía gritar sobre <strong>la</strong>s<br />

pa<strong>la</strong>bras de Carme<strong>la</strong>, pero estuvieron alejados hasta que desapareció.<br />

Luego se acercaron a comer higos y a hacer preguntas. Se <strong>la</strong>s contesté<br />

todas sin aburrirme y hab<strong>la</strong>ndo de prisa, poseída por una euforia<br />

repentina y extraña. Después jugamos a rodar sobre el pasto y<br />

terminamos el día brincando en <strong>la</strong>s camas y pegándonos con <strong>la</strong>s almohadas.<br />

Me desconocí.<br />

Las otras hijas de Andrés oyeron nuestro re<strong>la</strong>jo sorprendidas. Las dos que<br />

aún vivían en <strong>la</strong> casa de Pueb<strong>la</strong> eran prácticamente unas extrañas. Marta<br />

tenía veinte años y un novio para el que bordaba sábanas y toal<strong>la</strong>s,<br />

manteles y servilletas. Se casarían en cuanto él terminara <strong>la</strong> carrera y<br />

pudiera mantener<strong>la</strong> sin pedirle a Andrés ni <strong>la</strong> bendición. Pasaban <strong>la</strong>s<br />

tardes en el estudio. El alguna vez sería ingeniero, por lo pronto <strong>la</strong> que<br />

dibujaba los p<strong>la</strong>nos con tinta china era el<strong>la</strong>.<br />

Nunca peleamos Marta y yo, tampoco tuvimos mucho que ver una con<br />

otra. Cuando llegó a <strong>la</strong> casa ya no me necesitaba para amarrarse <strong>la</strong> co<strong>la</strong><br />

de caballo, y supo siempre vivir sin hacer ruido y sin que nadie metiera<br />

ruido en su existencia. Hasta <strong>la</strong> fecha no <strong>la</strong> veo, se fue al rancho que le<br />

tocó heredar por Orizaba. El marido cambió <strong>la</strong> ingeniería por <strong>la</strong> agricultura<br />

y no salen casi nunca de ahí.<br />

Con Adriana, <strong>la</strong> geme<strong>la</strong> de Lilia, tampoco tenía yo mucho que ver. Nunca<br />

congenió con su hermana a <strong>la</strong> que consideraba una frívo<strong>la</strong> espectacu<strong>la</strong>r,<br />

menos conmigo. Entró a <strong>la</strong> Acción Católica a escondidas de su papá y el<br />

único desafío que le conocí fue contarlo una noche a media cena como<br />

quien cuenta que trabaja en un burdel cuando todo el mundo piensa que<br />

está en misa. A nadie le importó su militancia: Andrés hasta pensó que le<br />

serviría de en<strong>la</strong>ce con <strong>la</strong> mitra en caso de necesidad. La dejamos ir a <strong>la</strong><br />

iglesia y vestirse como monja sin criticar<strong>la</strong>.<br />

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