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y se prendió de Eu<strong>la</strong>lia.<br />
En ocho días se le fue cerrando <strong>la</strong> risa, casi no hab<strong>la</strong>ba, tenia el cuerpo<br />
ardiendo y echaba un olor repugnante. Andrés y don Refugio se sentaron<br />
a ver<strong>la</strong> morir sin hacer nada más que ponerle paños mojados en <strong>la</strong> frente.<br />
Nadie se aliviaba del tifo, Eu<strong>la</strong>lia lo sabía y no quiso pesarles los últimos<br />
días. Se limitó a mirarlos con agradecimiento y a sonreír de vez en<br />
cuando.<br />
-Que te vaya bien -le dijo a Andrés, antes de caer en el último día de<br />
fiebre y silencio.<br />
CAPÍTULO V<br />
Toda esta dramática y enternecedora historia yo <strong>la</strong> creí completa durante<br />
varios años. Veneré <strong>la</strong> memoria de Eu<strong>la</strong>lia, quise hacerme de una risa<br />
como <strong>la</strong> suya, y cien tardes le envidié con todas mis ganas al amante<br />
simplón y apegado que mi general fue con el<strong>la</strong>. Hasta que Andrés<br />
consiguió <strong>la</strong> candidatura al gobierno de Pueb<strong>la</strong> y <strong>la</strong> oposición hizo llegar a<br />
nuestra casa un documento en el que lo acusaba de haber estado a <strong>la</strong>s<br />
órdenes de Victoriano Huerta cuando desconoció al gobierno de Madero.<br />
-Así que no era cierto lo de <strong>la</strong> leche -dije extendiéndole el vo<strong>la</strong>nte cuando<br />
entró a <strong>la</strong> casa.<br />
-Si les vas a creer antes a mis enemigos que a mi no tenemos nada que<br />
hab<strong>la</strong>r -me contestó.<br />
Con el papel que lo acusaba entre <strong>la</strong>s manos me quedé horas mirando al<br />
jardín, piensa y piensa hasta que él se paró frente a mi sillón con sus piernas<br />
a <strong>la</strong> altura de mis ojos, sus ojos arriba de mi cabeza, y dijo:<br />
-¿Entonces qué? ¿No quieres ser gobernadora?<br />
Lo miré, nos reímos, dije que sí y olvidé el intento de crearle un pasado<br />
honroso. Me gustaría ser gobernadora. Llevaba casi cinco años entre <strong>la</strong><br />
cocina, <strong>la</strong> chichi y los pañales. Me aburría.<br />
Después de Verania nació Sergio. Cuando empezó a llorar y sentí que me<br />
deshacía de <strong>la</strong> piedra que cargaba en <strong>la</strong> barriga, juré que ésa sería <strong>la</strong><br />
última vez. Me volví una madre obsesiva con <strong>la</strong> que Andrés trataba poco.<br />
Era jefe de <strong>la</strong>s operaciones militares, odiaba al gobernador y se asoció con<br />
Heiss. Eso hubiera sido suficiente para mantenerlo ocupado, pero además<br />
iba a México con frecuencia a visitar a su compadre Rodolfo que ascendió<br />
a subsecretario. Un día, para euforia de los dos, su jefe, el general<br />
Aguirre, resultó electo candidato a <strong>la</strong> presidencia.<br />
Andrés fue con él a <strong>la</strong> gira por todo el país. Pasaba tanto tiempo lejos que<br />
Octavio y yo no pudimos avisarle cuando se perdió Virginia una tarde qué<br />
fue a comprar hilos y no regresó. Dimos parte a <strong>la</strong> policía, <strong>la</strong> buscamos<br />
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