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-¿De veras te quieres morir? -pregunté.<br />
-¿Cómo me voy a querer morir? No me quiero morir, pero me estoy<br />
muriendo, ¿no me ves?<br />
Esparza y Téllez, los dos médicos más famosos de <strong>la</strong> localidad, los<br />
médicos de Andrés para los catarros y <strong>la</strong>s diarreas que le daban de vez en<br />
cuando, y para todas <strong>la</strong>s enfermedades mayores que se inventaba cada<br />
tres días, entraron con <strong>la</strong> misma parsimonia de siempre y con <strong>la</strong> misma<br />
certidumbre de que saldrían del asunto como siempre, dándole al general<br />
aspirinas pintadas de un nuevo color. Estaban acostumbrados al juego. El<br />
último mes los l<strong>la</strong>mábamos cada vez que mi marido se quedaba sin<br />
quehacer o sin con quién conversar. Necesitaba tanto tener gente<br />
alrededor, oyéndolo y acatando cualquiera de sus ocurrencias, que desde<br />
que nos fuimos a México y con nosotros <strong>la</strong> mayoría de sus escuchas<br />
habituales, en Pueb<strong>la</strong> siempre acabábamos l<strong>la</strong>mando a Esparza, a Téllez,<br />
o a los dos y al juez Cabañas para que <strong>la</strong> tertulia creciera y <strong>la</strong> enfermedad<br />
terminara en partida de póker.<br />
-¿De qué se nos muere ahora, general? -preguntó Téllez y siguió con<br />
Esparza el ritual de siempre. Le oyeron el corazón, le tomaron el pulso, lo<br />
hicieron respirar y echar el aire muy despacio. Lo único distinto eran los<br />
comentarios de Andrés. Habitualmente mientras lo revisaban hacía el<br />
recuento de sus sensaciones que eran muchas y contradictorias. Le dolía<br />
ahí y ahí, y ahí donde el doctor tenía <strong>la</strong> mano en ese instante le dolía<br />
también. Esa tarde no se quejó ni una vez.<br />
-Hagan su rito cabrones -dijo, me les voy a morir de todos modos. Espero<br />
que lloren siquiera un rato, siquiera en recuerdo de todo lo que me han<br />
quitado. Espero que me lloren ustedes porque esta vieja que se dice mi<br />
señora ya está de fiesta. Nomás míren<strong>la</strong>, ya le anda por irse con quien se<br />
deje. Y se van a dejar muchos porque está entera todavía, está hasta<br />
mejor que cuando me <strong>la</strong> encontré hace ya un chingo de años. ¿Cómo<br />
cuántos Catalina? Eras una niña. Tenías <strong>la</strong>s nalgas duras, y <strong>la</strong> cabeza, ah<br />
qué cabeza tan dura <strong>la</strong> tuya. Y ésa sí no se te ha aflojado para nada. Las<br />
nalgas un poco, pero <strong>la</strong> cabeza nada. Lo bueno es que va a estar Rodolfo<br />
para vigi<strong>la</strong>r<strong>la</strong>. Mi compadre Rodolfo, tan pendejo el pobre.<br />
-Necesita descansar -dijo Téllez. ¿Tomó algún excitante? Parece que lo<br />
afectó <strong>la</strong> emoción del homenaje. Descanse, general. Le vamos a dar unas<br />
pastil<strong>la</strong>s que lo re<strong>la</strong>jen. Todo lo que tiene es cansancio, mañana será otro.<br />
-C<strong>la</strong>ro que seré otro, más tieso y más frío. También más descansado, por<br />
supuesto. Todos quieren que me muera. No se dan cuenta de <strong>la</strong> falta que<br />
hago, hacen falta los hombres como yo. Van a ver cuando se queden en<br />
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