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existencia de esa nove<strong>la</strong>. Se rieron.<br />
-De veras, era <strong>la</strong> Biblia. En mi casa nadie podía toser sin que se creyera<br />
que de ahí podía deslizarse fatalmente a <strong>la</strong> otra <strong>vida</strong>. Mi madre tenía jarabe<br />
de rábano yodado en cada cuarto de <strong>la</strong> casa. Uno tosía y el<strong>la</strong> sacaba<br />
su cucharada y <strong>la</strong> libraba de <strong>la</strong> muerte terrible de Marguerite Gautier<br />
-dije.<br />
Bai<strong>la</strong>mos. Ante los conversadores ojos de Andrés pasé bai<strong>la</strong>ndo abrazada<br />
de aquel hombre perfecto. No vi que se molestara, pero me hubiera<br />
gustado bai<strong>la</strong>r así con Carlos alguna vez.<br />
-¿Cambiamos? -dijo Lilia cuando estuvimos junto a el<strong>la</strong> y Emilito.<br />
Solté a Quijano y traté de seguir los bailoteos de Emilito. Pensé en Javier<br />
Uriarte, en lo que nos hubiéramos divertido, y sentí rabia. Volvió Lilia:<br />
-¿Cambiamos? -y soltando a Quijano se puso a bai<strong>la</strong>r conmigo mientras<br />
los dos hombres se quedaban parados a media pista.<br />
-Está guapísimo. ¿De dónde lo sacaste?<br />
-Loquita, te quiero mucho -le dije.<br />
-Para que lo digas -me contestó.<br />
La besé y volvimos a bai<strong>la</strong>r con nuestras parejas. Quijano me Llevó dando<br />
vueltas por <strong>la</strong> pista, y yo disfruté con lo bien que lo hacíamos. No perdíamos<br />
nunca el paso, como si hubiéramos ensayado toda <strong>la</strong> <strong>vida</strong>. La<br />
tarde empezó a enfriar y Lilia llegó a decirme:<br />
-Ya me voy. Emilio no se quiere quedar hasta <strong>la</strong> noche y el pozole. ¿Me<br />
acompañas a cambiarme?<br />
-La espero -dijo Quijano, acompañándome hasta <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> pista.<br />
Le di <strong>la</strong>s gracias y fui con Lilia a <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> hacienda.<br />
En su recámara había cuatro maletas a medio hacer, todas abiertas en un<br />
desorden que parecía irreversible. Le desprendí el velo y el tocado.<br />
Cuando se sintió libre de los pasadores agitó <strong>la</strong> cabeza y salieron vo<strong>la</strong>ndo<br />
los tules y <strong>la</strong>s flores. Se soltó <strong>la</strong> melena negra hasta media espalda y<br />
respiró como si hubiera estado conteniendo el aire durante horas. Se bajó<br />
de los tacones y tironeó el vestido para salir de él. Quise ayudar<strong>la</strong> a<br />
desabrocharse cuando ya estaba en fondo a medio cuarto. Se lo trepó<br />
para sacarlo por <strong>la</strong> cabeza. Tenía <strong>la</strong>s piernas <strong>la</strong>rgas y morenas metidas en<br />
unas medias c<strong>la</strong>ras. A <strong>la</strong> mitad de un muslo se había puesto una liga de <strong>la</strong>s<br />
antiguas; un resorte forrado de satín b<strong>la</strong>nco y encajes. Le conté una vez<br />
que en tiempo de mi abue<strong>la</strong> se usaba bajar <strong>la</strong> liga hacia el suelo y antes de<br />
que cayera hacer que otra mujer metiera el pie y <strong>la</strong> salvara de caer. Con<br />
ese juego <strong>la</strong> novia pasaba su buena suerte y <strong>la</strong> otra mujer encontraba<br />
novio y casamiento.<br />
-Ven, te doy <strong>la</strong> liga -me dijo brincando en calzones y sostén.<br />
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