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Arrancame la vida

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volvían para quedarse, Eu<strong>la</strong>lia miró orgullosa su precaria despensa.<br />

Carranza llevaba un mes en <strong>la</strong> ciudad y su gobierno era reconocido hasta<br />

por los Estados Unidos cuando Eu<strong>la</strong>lia parió un niño de ojos c<strong>la</strong>ros como<br />

los de Andrés y sonrisa insistente y precoz como <strong>la</strong> de el<strong>la</strong>. Don Refugio<br />

estaba iluminado por <strong>la</strong> euforia, no podía encontrar mejor pronóstico para<br />

el futuro de prosperidad que estaba empeñado en alcanzar. El le puso<br />

Octavio antes de que nadie pudiera opinar otra cosa.<br />

Virginia apenas tenía un año y pasó a segundo término de <strong>la</strong> noche a <strong>la</strong><br />

mañana. La madre y el abuelo estaban demasiado ocupados con el prodigio<br />

de un hombre recién nacido y el padre apenas <strong>la</strong> veía intentar unos<br />

pasos mientras pensaba cómo salir de pobre rápido y para siempre.<br />

Se iba solo en <strong>la</strong> carreta después de <strong>la</strong> ordeña y recorría <strong>la</strong> ciudad que<br />

empezaba a parecerle ordenada y hasta grata.<br />

Un día el dueño del establo le pidió que acudiera a una nueva oficina<br />

l<strong>la</strong>mada Departamento Regu<strong>la</strong>dor de Precios a preguntar en qué iba a<br />

quedar el precio de <strong>la</strong> leche, no fuera a ser que <strong>la</strong> estuvieran dando más<br />

barata.<br />

Como a un aparecido, Andrés vio a Rodolfo, su amigo de <strong>la</strong> infancia en<br />

Zacatlán, tras <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> de informes. Había entrado a México con el<br />

Ejército de Oriente, en calidad de sargento aunque jamás dio una batal<strong>la</strong>.<br />

Era cobrador y necesitaba grado para merecer respeto. Le llevaba dos<br />

años y hacía más de cuatro que no se veían. Andrés siempre creyó que su<br />

amigo era un pendejo, pero cuando lo vio con <strong>la</strong> ropa limpia y tan gordo<br />

como cuando vivían alimentados por sus madres, dudó de sus juicios. Se<br />

saludaron como si se hubieran visto <strong>la</strong> tarde de ayer y quedaron de comer<br />

juntos.<br />

Andrés volvió muy noche al jacalón de Mixcoac. Cuando su mujer le<br />

reprochó que no hubiera avisado cuánto tardaría, él contó <strong>la</strong> historia de su<br />

amigo convertido en sargento y le aseguró que pronto tendría un trabajo<br />

bien pagado.<br />

Don Refugio se frotó <strong>la</strong>s puntas de los bigotes y le dijo a su hija:<br />

-Ya ves cómo tenía yo razón. Andaba en buenos pasos. A este hombre le<br />

va a ir bien con los del norte. Siquiera algo de todo esto que no me<br />

encabrone.<br />

-Vamos a hacerlo padrino de Octavio -dijo Andrés.<br />

Eu<strong>la</strong>lia extendió su eterna sonrisa y fue a tirarse en <strong>la</strong> cama junto a su<br />

hijo.<br />

-Asta dice que se siente cansada -contó don Refugio. Y para que el<strong>la</strong> lo<br />

diga ha de irse a morir.<br />

Por desgracia don Refugio también acertó en esa predicción. La epidemia<br />

de tifo que hacía meses andaba por <strong>la</strong> ciudad entró al jacalón de Mixcoac<br />

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