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Arrancame la vida

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de ahí salió a ganar <strong>la</strong> Hora Internacional del Aficionado. Me dio gusto que<br />

algo se ganara con mi romance porque el mismo día que alcanzó su cima<br />

se desbarató. Andrés estaba esperándome en el Pa<strong>la</strong>cio de Gobierno. Yo<br />

había ido al sastre a recoger el traje que se pondría para <strong>la</strong> visita del<br />

Presidente. Cuando llegué era muy noche pero Andrés seguía ahí<br />

dirimiendo el asunto de unos obreros que querían estal<strong>la</strong>r una huelga en<br />

Atlixco.<br />

Entré radiante a su oficina, en lugar de cargar el traje lo abrazaba<br />

bai<strong>la</strong>ndo con él.<br />

-Estás preciosa, Catalina, ¿qué te hiciste? -dijo al verme entrar.<br />

-Me compré tres vestidos, fui al Pa<strong>la</strong>cio de Hierro a que me maquil<strong>la</strong>ran y<br />

volví cantando en el coche.<br />

-Pero le llevaste mi recado a Fernando, no nada más anduviste perdiendo<br />

el tiempo.<br />

-C<strong>la</strong>ro, todo lo demás lo hice después de ver a Fernando -dije.<br />

-No cabe duda que los maricones son fuente de inspiración -le comentó<br />

Andrés a su secretario particu<strong>la</strong>r. A <strong>la</strong>s mujeres les encanta p<strong>la</strong>ticar con<br />

ellos. Quién sabe qué tienen que les resultan atractivos. Con decirte que<br />

cuando conocimos a éste yo hasta me puse celoso y encerré a Catalina.<br />

Ahora es el único novio que le permito y me encanta ese noviazgo.<br />

Al día siguiente fui a ver a Pepa para contarle mi desgracia. Llegué segura<br />

de encontrar<strong>la</strong> porque no salía nunca. Me sorprendió que no estuviera.<br />

Los celos de su marido, aumentados por <strong>la</strong> falta de hijos, <strong>la</strong> mantenían<br />

encerrada. Una tarde que pasó dos horas fuera, <strong>la</strong> recibió con un crucifijo<br />

obligándo<strong>la</strong> a que se hincara a pedirle perdón y a jurar ahí mismo que no<br />

lo había engañado.<br />

Prefirió encontrar quehaceres en su casa. La convirtió en una jau<strong>la</strong> de oro,<br />

no había rincón sin detalle. El patio estaba lleno de pájaros y para los<br />

brazos de los sillones, los centros de <strong>la</strong>s mesas, <strong>la</strong>s vitrinas y los<br />

aparadores tejía interminables carpetas. Todo en su cocina se freía con<br />

aceite de olivo, hasta los frijoles, y todo lo que comía su marido lo guisaba<br />

el<strong>la</strong>. Se diría que estaba muy enamorada. Pasaba el tiempo puliendo<br />

antigüedades y regando p<strong>la</strong>ntas. Se portaba como si ése fuera todo el<br />

mundo existente, no nos dejaba ponérselo en duda, y cuando Mónica<br />

quiso ser c<strong>la</strong>ridosa diciéndole que vivía en los años treinta del siglo XIX y<br />

que su marido era un tipo intolerable al que debía dejar y ser libre siquiera<br />

para caminar por <strong>la</strong> calle a <strong>la</strong> hora que lo deseara, el<strong>la</strong> suavemente le<br />

puso <strong>la</strong> mano en <strong>la</strong> boca y le preguntó si quería un té con galletitas de<br />

nuez.<br />

-Te estás volviendo loca -dijo Mónica. ¿No es cierto, Catalina?<br />

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