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Arrancame la vida

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ayudaba a caminar entre <strong>la</strong>s piedras, era su novio. Viéndolos caminar se<br />

me ocurrió que Marce<strong>la</strong> se vería linda con un traje como el de <strong>la</strong>s inditas.<br />

Organicé que todas nos vistiéramos como el<strong>la</strong>s. Doña Remigia, <strong>la</strong> esposa<br />

del delegado del partido nos ayudó a conseguir <strong>la</strong> ropa y a vestirnos. Las<br />

faldas eran de el<strong>la</strong> y sus hermanas, los estambres también. Hasta para<br />

Verania me dieron un huipil b<strong>la</strong>nco. Volvimos a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za en <strong>la</strong> que Andrés<br />

iba a empezar un discurso para los pocos mirones que había.<br />

Caminábamos con trabajo, nos costaba mantener firme <strong>la</strong> cabeza llena de<br />

estambres, nos veíamos extrañas, pero a <strong>la</strong> gente le gustamos.<br />

Empezaron a seguirnos al cruzar el mercado. Cuando llegamos a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za<br />

le llevábamos al general Ascencio tres veces más público del que habían<br />

logrado conseguir sus acarreadores. Fuimos a pararnos junto a él, que<br />

empezó su discurso diciendo:<br />

-Pueblo de Coetza<strong>la</strong>n, ésta es mi familia, una familia como <strong>la</strong> de ustedes,<br />

sencil<strong>la</strong> y unida. Nuestras familias son lo más importante que tenemos, yo<br />

les prometo que mi gobierno trabajará para darles el futuro que se<br />

merecen... -Y siguió por ahí. Nosotros lo oímos quietos, sólo Checo se<br />

ponía y se quitaba el sombrero corriendo alrededor de nuestras piernas.<br />

Octavio aprovechó para poner <strong>la</strong> mano en <strong>la</strong> cintura de su hermana<br />

Marce<strong>la</strong> y no quitar<strong>la</strong> de ahí hasta que acabó el discurso sobre <strong>la</strong> unidad<br />

familiar. De Coetza<strong>la</strong>n bajamos a Zacatlán que era <strong>la</strong> patria chica de<br />

Andrés. De ahí lo habían visto salir pobretón y rencoroso, los Delpuente y<br />

los Fernández, los que eran dueños del pueblo antes de <strong>la</strong> Revolución y<br />

padecían viéndolo volver para gobernarlos.<br />

La tarde que llegamos un hombre se estaba afeitando en <strong>la</strong> barbería, y<br />

otro le preguntó si se arreg<strong>la</strong>ba para ir a recibir al general Ascencio.<br />

-Qué general ni qué general -contestó el hombre. Ese siempre será un<br />

hijo de arriero. Yo no les rindo a los pe<strong>la</strong>dos.<br />

No fue a <strong>la</strong> comida que al día siguiente nos ofrecieron los importantes del<br />

pueblo. Mi general preguntó por él con interés y <strong>la</strong>mentó que no nos<br />

acompañara. Al salir nos dijeron que un borracho lo había matado en <strong>la</strong><br />

mañana.<br />

Por lo demás, Zacatlán se tiró a <strong>la</strong> fiesta. Hubo fuegos artificiales y baile<br />

toda <strong>la</strong> noche. Andrés me cortejó como si lo necesitara y me agradeció lo<br />

de Coetza<strong>la</strong>n. Estuvo feliz.<br />

También su madre, a <strong>la</strong> que yo había visto tres veces y siempre arisca,<br />

anduvo encantada bai<strong>la</strong> y bai<strong>la</strong> como si su hijo le hubiera devuelto <strong>la</strong> dignidad<br />

y el gusto.<br />

Doña Herminia era una mujer delgada de ojos profundos y mandíbu<strong>la</strong><br />

hacia ade<strong>la</strong>nte. Tenía el pelo b<strong>la</strong>nco y escaso, se lo recogía atrás en un<br />

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