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dos cosas.<br />
-¿Me crees que me gustas mucho con los pelos cortos? -dijo.<br />
Empezó a besarme a medio patio, a ponerme <strong>la</strong>s manos encima mientras<br />
caminábamos hacia <strong>la</strong>s escaleras y nuestra recámara. Tenía unas manos<br />
grandes. Me gustaban tanto como les temían otros. O por eso me<br />
gustaban. No sé.<br />
Hab<strong>la</strong>ba mientras se iba desvistiendo:<br />
-Muchacha ésta, pendeja, qué se tiene que andar enterando de lo que no<br />
le mandan.<br />
Después del saco se quitó <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, pensé que me hubiera gustado usar<br />
una pisto<strong>la</strong> bajo el vestido. Me tardé en desabrocharlo. Era un vestido<br />
<strong>la</strong>rgo, con el escote bajo en <strong>la</strong> espalda y cerrado hasta el cuello por<br />
de<strong>la</strong>nte. Un vestido en el que costaba trabajo entrar y salir porque había<br />
que pasar por un montón de botones.<br />
-Qué lenta eres Catín -dijo. Me senté de espaldas a él en <strong>la</strong> cama que ya<br />
tenía tomada.<br />
-Venga para acá -ordenó. Quise ver el mar y cerré los ojos.<br />
-¿Por qué no le devuelves sus tierras a Lo<strong>la</strong>? -dije.<br />
-¡Qué mujer tan necia! Porque no puedo -contestó meciéndose sobre mi<br />
cuerpo.<br />
-Pero si puedes sacar a mi papá de los hilos de Amed.<br />
-A lo mejor.<br />
A <strong>la</strong> mañana siguiente yo tarareaba algo hacia adentro mientras corría<br />
por <strong>la</strong> escalera rumbo al patio de atrás. Ya él estaba montado en el Listón<br />
y el adolescente que me ayudaba a montar tenia de <strong>la</strong>s riendas a una<br />
yegua colorada.<br />
-¿Y el Mapache? -pregunté.<br />
-Ya tiene el dueño que usted le quiso dar -dijo Andrés. Apreté el puño<br />
hasta que <strong>la</strong>s uñas se me enterraron en <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano.<br />
-Entonces trato hecho -dije dispuesta a subirme a <strong>la</strong> yegua colorada.<br />
-Trato hecho -me contestó espoleando al Listón para que se echara a<br />
correr.<br />
Fui tras él con <strong>la</strong> yegua corriendo como desbocada, lo dejé atrás. Entré<br />
por Manzanillo hasta el bosque de los Costes y me seguí camino a La<br />
Malinche sin acordarme de <strong>la</strong> gripa del Checo, ni del desayuno, ni de filia<br />
que siempre me buscaba en <strong>la</strong>s mañanas para que yo le p<strong>la</strong>ticara cómo<br />
eran los vestidos de <strong>la</strong>s señoras que habían cenado con nosotros. Con el<strong>la</strong><br />
me sentaba en el jardín y echaba todas <strong>la</strong>s críticas que se me antojaban,<br />
encantada de que se riera con tantas ganas de mis chismes.<br />
Nomás de imaginarme al Mapache montado por Heiss, lloraba yo a gritos<br />
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