Descargar Ilustres conocidos (pdf) - Municipalidad de Morón

¿Qué significa su nombre? Fue mi abuelo alemán
quien me puso este nombre. Edelweiss es una flor de los
Alpes, y además es la flor nacional suiza, que quiere
decir “blanca pura”. Tiene una leyenda muy linda: nace
entre las rocas, y dicen que cuando un enamorado le
quiere obsequiar algo muy especial a su amor, arriesga
un poco su integridad física para recolectarla, porque
es muy chiquita.
¿Qué recuerda de su infancia? Nací en Sunchales,
en la provincia de Santa Fe, pero cuando tenía 6 meses
nos mudamos a Posadas, en Misiones. Yo en realidad
me considero posadeña, porque volvimos a Santa Fe
cuando tenía 12 años.
Estudie piano desde muy chica y me recibí de profesora
al terminar el secundario, pero para esa época ya
estábamos en Rosario. Allí también comencé la facultad.
Mi novio, que ahora es mi marido y a quien conocí
durante la escuela secundaria, estaba estudiando
medicina.
Y continuó sus estudios. Sí. Cursé los tres primeros
años de la licenciatura en Ciencias Políticas, pero me quedaron
unas materias para recibirme. Era una linda carrera,
muy interesante, se estudiaba diplomacia y varios idiomas.
También a esa edad me gustaba mucho practicar
deportes. Me inscribí en Newell’s Old Boys, donde llegué
a ser campeona de jabalina, y además fui parte del equipo
de patinaje. Mi novio, Marcelo Ortigüela, jugaba al fútbol
en ese club y nos casamos cuando lo vendieron a
Racing, porque nos teníamos que venir a Buenos Aires
¿Cómo siguió la vida en Buenos Aires? Mi esposo
se inscribió de cero en la Universidad de Buenos Aires
en la carrera de Medicina. Nos instalamos a tres cuadras
del Congreso en un hotel, y después compramos
un departamento en Villa Crespo. Estuvimos muchos
años de luna de miel, sin hijos, porque él quería terminar
su carrera. Ya en 4to. año se le hizo difícil seguir con
el fútbol y la medicina, entonces nuestros padres nos
ayudaron para que pudiera recibirse.
Y se termina instalando en Castelar. Claro, vinimos
acá porque habíamos comprado un terrenito en La
Lucila, pero teníamos que edificar y era un problema.
Decidimos buscar otra localidad y finalmente elegimos
Castelar. Compramos una casa en Malvinas Argentinas
y San Pedro, ahí pasamos años muy felices cuando los
chicos eran chiquitos.
¿Cuándo retomó su carrera artística? Luego de que
muriera mi tercer hijo decidí volver a la música. Participé
en el coro Lorenzo Perozzi de Ituzaingó. Llegué a ser
auxiliar de la dirección del coro. Era un coro muy familiar,
estaban los padres con los hijos; hemos hecho
muy lindos viajes a competencias corales.
¿Cómo fue que incursionó en la escultura? Yo estaba
criando a los chicos y no me era fácil ir a la Capital
a estudiar, entonces primero empecé con una profesora
japonesa, quien me recomendó que vaya al taller de
Mireya Baglietto, una gran ceramista que enseñaba
en San Telmo. Concurrí ahí un tiempo, pero después
me inscribí en el Escuela de Capacitación N° 2 Paula
Albarracín de Ituzaingó, donde estudié para ser auxiliar
de cerámica.
¿En qué consistían sus primeras obras? Como yo
estaba muy enamorada de la música, mis primeras obras
fueron recreación de los tubos del órgano. Y después
esos tubos se transformaron en personajes. Cuando terminé
la carrera en la escuela de cerámica tuve la dicha
de que Mireya me citara, y llegué a ser su auxiliar en el
taller. Al mismo tiempo comencé a estudiar con reconocidos
profesores. Con Leo Vinchi aprendí a trabajar
el hierro, con Antonio Pujía aprendí a trabajar la laja,
y con José Ruda aprendí dibujo, porque no se puede
ser escultora sin dibujar. Ahora me interesa representar
al hombre y a la mujer argentina. Trato de que mi
obra sea el reflejo de la gente de nuestro lugar.
Usted también estudió con Ramón Castejón. ¿Cómo
lo conoció? Una amiga que estudiaba con él, Vilma
Villaverde, me llevó a su taller. Todo lo que sé de la
piedra lo aprendí de él. Me enseñó muchísimo el manejo
del mármol en todos los niveles, para conocer su
sonido, para saber si tiene una veta rajada adentro y
que con un golpe no se te parta. Hoy no tendría posibilidades
económicas de comprar mármol. El de carrara
no se consigue y el alabastro, que es nuestro, es muy
caro. Recuerdo que cuando ocurrió el Rodrigazo yo tenía
5 mil pesos. En esa época todos pensaban en comprar
electrodomésticos, autos o hacer viajes, y yo pensé
en mis obras, que es lo que me da el oxígeno para vivir.
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