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Vida y obra. Rosa Cravchov de Resnicoff
nació en la Ciudad de Buenos Aires el 15 de diciembre
de 1935. Es militante desde los 16 años. Comenzó
su lucha a través de distintos reclamos
sociales y gremiales a favor de los trabajadores de
distintas fábricas de los barrios de Villa Crespo y
Chacarita.
El 30 de junio de 1977 su hija Silvia Resnicoff y su
yerno Mario Orzabat fueron secuestrados por la
dictadura militar de Jorge Rafael Videla, y aún
permanecen desaparecidos. El hecho la movió a participar
en distintas acciones y actividades vinculadas
a los derechos humanos. Trabaja activamente
en la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos
por Razones Políticas, y en la Asociación
Seré por la Memoria y la Vida, donde ocupa la vicepresidencia.
Por otro lado, colabora de manera permanente
con la Dirección de Derechos Humanos del
Municipio de Morón
¿Tiene antepasados rusos? Mis padres vinieron de
Rusia escapando de la guerra. Papá tenía un puesto de
carnicería en el mercado del Abasto, pero casi no lo conocí
porque murió cuando yo tenía cinco años. En mi juventud
viví en el barrio de Villa Crespo hasta mi casamiento,
cuando nos mudamos a Bella Vista. Allí nació
Silvia, mi hija que está desaparecida. A mi marido,
Angel, lo conocí en un baile. Luego nació mi otra hija,
Graciela, casada y con tres hijos.
¿Qué nos puede contar de Silvia? Cuando Silvia tenía
9 años nos fuimos a General Roca, en Río Negro,
por cuestiones laborales. Comenzó la primaria en ese lugar
y le agarró poliomelitis, entonces tuvimos que regresar
a Buenos Aires para hacer el tratamiento. Fueron
dos años de controles estrictos y felizmente se recuperó
porque llegamos a tiempo. Había nacido el 12 de
diciembre de 1956, y se la llevaron el 30 de junio de 1978.
Cursaba historia y estaba en pareja, conoció a su compañero
porque vivía aquí al lado. El militaba en
Montoneros, y a ella le interesaba la política, aunque
no participaba tanto. Estuvieron muy poco tiempo de novios
y se fueron, pero no nos dijeron a qué lugar. Nosotros
teníamos mucho miedo porque ya sabíamos cosas acerca
de los desaparecidos.
¿Cómo ocurrió su desaparición? El día que se la llevaron
estuvo toda la mañana conmigo aquí en casa. Hacía
mucho frío, y cuando se estaba yendo me ofrecí a
acompañarla a la parada del colectivo. Me dijo
que me quedara. “Mañana vuelvo”: esas fueron
las últimas palabras que le escuché. Pasaron los
días, y como no supimos nada de ella sospechamos que
algo había ocurrido. Averiguamos en el barrio si conocían
a Mario, su pareja, y nos enteramos que un vecino
tenía el número de teléfono de sus padres. Los llamamos
inmediatamente, y nos dijeron que los chicos estaban
bien porque los llamaban seguido.
¿Habían desaparecido pero tenían contacto?
Resulta que Silvia desapareció un viernes, y el lunes ella
habló por teléfono con mi marido. Le dijo que estaba resfriada,
que por eso no había venido. Pero lo más grave
no lo sabíamos: supuestamente la hacían comunicarse
desde el lugar donde la tenían secuestrada. También
Mario llamó muchas veces a los padres mientras estuvo
detenido. Sin embargo no pudimos averiguar dónde
estaban, lo único que recordaba mi esposo era que la línea
hacía mucho ruido.
Fue cuando usted se vincula con los organismos
de derechos humanos. Claro. Fui a la Liga Argentina
de los Derechos del Hombre, que ya era muy reconocida,
y me explicaron todo lo que tenía que hacer. Me dieron
invitaciones a misas y a la Plaza de Mayo, y también
me asesoraron para presentar un hábeas corpus. Lo
presenté pero no me quedé sólo en eso, sino que les pregunté
cómo podía colaborar. La gente de la Liga me invitó
a participar en los lugares donde se reunían los familiares,
y al principio iba con mi marido, porque tenía
mucho miedo. Las reuniones terminaban tarde y había
mucha gente que era del Gran Buenos Aires, por eso des-
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