Descargar Ilustres conocidos (pdf) - Municipalidad de Morón

¿Cómo definiría la vida en el interior del país? La
ciudad de Anillaco donde nací, en Catamarca, era un lugar
muy chiquito. Tenías que trasladarte al pueblo siguiente,
a 10 km, para encontrar un colegio. La vida del
Interior era muy distinta a la de Capital. Si querías comer,
por ejemplo, no íbamos al mercado, se mataba
una gallina. Tampoco puedo decir el día en que nací, porque
no contábamos con un registro civil cerca. Sólo había
un puesto con un señor encargado de anotar en un
libro a los que nacían en las cercanías. Esta persona muchas
veces se olvidaba de inscribir a la gente, como me
pasó a mí. Por eso recién en la adolescencia obtuve el
DNI.
Después vino a Buenos Aires. Bueno, me mandaron
a los 11 años, porque quería estudiar para maestra. Viví
con una amiga de mi tía que hacía limpieza en una casa
de familia, y empecé a trabajar con ella. Como el salario
que recibía era muy bajo, la verdad es que no podía
contarles a mis padres en qué andaba. El problema es
que necesitaba realmente el trabajo, y eso motivó a
que no pudiera estudiar. Años más tarde me contrató una
familia, donde empecé como niñera de tres chicos.
¿Recuerda alguna experiencia de esos años? Sí,
claro, la vez que conocí a la persona con quien me casé.
Fue en Mar del Plata, donde había viajado con los dueños
de casa donde trabajaba. Todas las tardes quedaba
libre, después de darles el almuerzo a los chicos. Un día
en la playa estábamos con otras mucamas, y a la distancia
vemos unos chicos que se nos acercan. Había uno
con gorrito blanco que me gustó a primera vista. Se llamaba
Alfredo. El también me miraba, yo era linda, y
recuerdo que estaba triste porque mi mamá había muerto
y mis hermanos estaban solos en Catamarca. Nos pusimos
a hablar y terminamos llorando los dos: él también
estaba lejos de su familia porque venía de Pehuajó. La
relación con el joven que conocí en la costa continuó a
la distancia. Con el tiempo, Alfredo consiguió trabajo
en la primera compañía de aviación extranjera que hubo
acá, Panagra, que después fue Pan American. Todos
mis hermanos también consiguieron trabajo. Una vez que
estuvieron todos los problemas solucionados, nos casamos
un 8 de enero de 1949 en la iglesia Pompeya de
Castelar, y nos mudamos a esa ciudad.
¿Cómo era Castelar en esa época? Todo era campo,
había pocas casas, muchas quintas, y yo trabajaba en
una cuidando a una señora. Más adelante me dediqué
a la peluquería, nacieron Alfredo y Selva del Carmen,
y gracias a un préstamo del Instituto de Previsión Social
pudimos comprar un terreno para edificar una vivienda.
¿Qué estudiaron sus hijos? Alfredo quiso estudiar medicina
o veterinaria y no pudo. Pero Selvita hizo una carrera
maravillosa. Estudió Ciencias de la Educación porque
adoraba a los chicos, iba a una escuela en Moreno a
jugar con ellos y cuidarlos. También le gustaban otras cosas.
Por ejemplo, era muy buena alumna de danzas españolas:
a los 12 años ya era profesora, y a los 16 enseñaba
baile clásico. Por suerte pudimos darle a nuestros hijos
una oportunidad que no tuvimos nosotros. Es increíble,
pero cuando Selvita se recibió no conseguía trabajo, y
cuando desapareció empezaron a llamar para contratarla.
Háblenos de la desaparición durante la dictadura.
Selva militaba en la Juventud Peronista. Ayudaba a muchos
chicos, por ejemplo, iba a las fábricas de mosaicos
para pedir los defectuosos y llevarlos a las escuelas.
Yo colaboraba con ella, pero nunca pensé que estaba
en peligro.
Todos los fines de semana traía nenes para que jugaran
en casa. La madrugada del 13 de noviembre de 1976 golpearon
la entrada muy fuerte. Pregunté quién era, y me
gritaron “el ejército argentino, abra o le tiramos la puerta
abajo”. Al abrir, ví que los que entraban no eran seres
humanos, era una jauría de lobos. Comen-zaron
a preguntar por mi hija, desprendieron la biblioteca,
pateaban todo lo que estaba a su alcance, me taparon
la cabeza y a Alfredo lo acostaron en la cama con las
manos atadas. Rompieron todo, tiraban botellas al techo,
pisoteaban las cosas. La encontraron, pero nosotros
no la vimos cuando se la llevaron. Ella no se quejaba
para no preocuparnos. Después la amenazaron con matarnos
a nosotros si no los llevaba a la casa de su hermano,
porque para ese entonces ya estaba casado.
Entonces, para salvarnos la vida les indicó dónde era la
casa de Alfredo, que vivía en Castelar norte con su nene
de cinco meses y su suegra. A ella la ataron y se llevaron
a mi hijo y a mi nuera. El nene quedó en la cuna.
¿Qué hicieron ustedes? Yo salí a la calle sin saber qué
hacer. Primero fuimos a la comisaría, pero no solucio-
I L U S T R E S C O N O C I D O S • 4 1