Descargar Ilustres conocidos (pdf) - Municipalidad de Morón

¿Qué pueden contar sobre los lugares donde se
criaron?
Jaime: Nací en el barrio de Caballito en 1923. Mis papás
eran rusos, y ya estaban casados cuando llegaron al país.
Primero vino mi padre, planchador, y comenzó a trabajar
para los talleres de las tiendas de ropa Gath & Chaves.
Luego vino mi madre con algunos de mis hermanos. En
total éramos siete varones, uno de ellos falleció a los 11
años, y yo soy el menor.
La escuela primaria la hice en una institución del barrio,
después nos mudamos y realicé el perito mercantil
en el Joaquín V. González. Empecé a hacer política cuando
me recibí, afiliándome a la Federación Juvenil Comunista.
Recuerdo que cuando empezó la Guerra Civil Española,
juntábamos las marquillas de cigarrillos, les despegábamos
el papel plateado, hacíamos una pelota
y la mandábamos a España para que las fundieran
e hicieran las balas para luchar en la guerra.
Además hacía changas, por ejemplo, copiaba expedientes
para un vecino en la Dirección General de Tierras, o sacaba
fotos con un amigo en restaurantes. Más adelante
empecé a trabajar en el Sindicato del Seguro, donde también
hice política.
Sara: Mis papás eran argentinos, pero estuvieron un
tiempo viviendo en Ucrania, hasta que gracias a una
organización que se encargaba de trasladar gente a
otros países, volvieron a Argentina. Nací en Moisés
Ville, un pueblo de Santa Fe con muy pocos vecinos,
donde no había ni médico, sólo una vieja que atendía
los partos. Mi papá instaló un negocio de ramos generales
en un lugar llamado Colonia Rosa, pero los años
30 fueron épocas de grandes sequías que generaron
plagas y cosechas decadentes, lo que produjo que su
negocio se fundiera. En Rosario fui a un colegio de monjas
donde se habían recibido mis tías. Una de ellas terminó
en la orden, y como no quiso regresar, mi abuelo
se puso furioso y denunció a la institución por secuestro.
Tuve una adolescencia muy linda, llena de amistades
en varios pueblos.
¿Cómo se conocieron?
Jaime: Fue en 1943. En esa época tenía 20 años y debía
presentarme en el servicio militar, pero como detenían
a la gente que hacía política, mi madre se desesperó
y recomendó que me instalara en la casa de un
hermano médico en Santa Fe. La conocí en un pueblo llamado
Ambrosetti, compuesto por ranchos, calles de
tierra y sin luz eléctrica.
Sara: Yo colaboraba allí en el negocio de una de mis
tías. Un día estaba mirando por la ventana y veo a un
joven subiendo a un caballo. Era Jaime. Comenzamos
a frecuentarnos -yo tenía 17 años-, hasta que me agarró
apendicitis y me mandaron a Santa Fe a operarme.
Cuando volví, él tenía que regresar a Buenos Aires, así
que nuestro contacto siguió por cartas.
Jaime: Estaba obligado a incorporarme al servicio militar,
que hice en el Regimiento 3 de Infantería, durante
quince meses. Como era buen soldado me mandaron a
hacer el curso de aspirante a oficial de reserva en Campo
de Mayo. La verdad es que no me gustaba. Me pinché
con un cardo, y como se me infectó la pierna, le dije al
enfermero que no me curara para cortar la carrera.
¿Las cartas duraron mucho?
Sara: Estuvimos de novios por carta durante 3 años. En
ese entonces, por la Segunda Guerra Mundial no llegaba
carbón a Argentina y los trenes pasaban dos veces por
semana. Nos escribíamos todos los días y los sobres se
nos acumulaban. Jaime no me pidió la mano, porque no
lo dejaban ni arrimarse. Tenía prohibido verlo porque
era de Buenos Aires y comunista. Mis tías me decían:
“¿no sabés que los comunistas tienen olor,
y no se bañan?”.
¿Y entonces, cómo hicieron para casarse?
Sara: Antes del casamiento nos habíamos visto aproximadamente
cinco veces. En realidad no nos permitieron
casarnos al principio, porque yo era menor de edad
y los papeles tenía que firmarlos mi papá.
Jaime: Nos casamos en 1946 con muy poca gente en la
ceremonia: mis padres, que eran judíos, no estaban porque
querían que todo fuera en una sinagoga, rito incluido.
Igual nos mandaron plata para poder volver a Buenos Aires.
Sara: No me gustaba Buenos Aires, no estaba acostumbrada
a tantos ruidos y el tranvía no me dejaba dormir.
Como Jaime trabajaba todo el día, yo tomaba los
colectivos de punta a punta para conocer la ciudad; también
empecé a ir al cine sola.
Y tuvieron hijos rápido.
Sara: Sí, quedé embarazada enseguida, pero el bebé
murió a los dos días de nacido por un golpe que me dí
poco antes de parir. Fue una experiencia espantosa, por
suerte después alcancé otro embarazo.
I L U S T R E S C O N O C I D O S • 1 6 5