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Bernardo Di Vruno Maestro de maestros De la mano de figuras legendarias del arte nacional, como Demetrio Urruchúa, Pompeyo Audivert, Lino Spilimbergo y Antonio Berni, Bernardo Di Vruno se convirtió en uno de los artistas plásticos de mayor distinción de la zona. Decidió transmitir ese legado a futuros pintores, y por eso, además de dar clases en distintas instituciones, instaló un taller en su propia casa, por el cual pasaron centenares de alumnos. I L U S T R E S C O N O C I D O S • 5 5
¿Usted es nativo de Morón? No, nací en Capital Federal, pero al año siguiente me mudé al oeste de la provincia de Buenos Aires, a Ciudadela. Mi papá era de origen siciliano y trabajaba en el ferrocarril, en el barrio del Once. Eramos siete hermanos, dos de los cuales eran italianos, y cinco argentinos. Nuestras raíces sicilianas siempre influyeron en las costumbres familiares, con una estructura severa. Recién a los 18 entré como ferroviario, pero nunca dejé de pintar. Combinaba el arte con la manera de ganarse la vida. Sí, porque no existía otra forma de salir adelante. Después de la carnicería entré a una inmobiliaria, donde ocupaba una oficina importante y me iba bastante bien. Pero me encontré con que me faltaba tiempo para la pintura, y decidí instalar un taller detrás de la oficina. Aprovechaba el tiempo, hacía las dos cosas. Más adelante opté por instalar el estudio en mi casa, y arranqué dando clases en galerías. De esta manera pude vivir del arte. ¿Dónde realizó sus estudios? Soy autodidacta. Lo único que hice fueron los estudios primarios. Cuando era chico mis maestros observaban los dibujos que hacía del cuerpo humano, una especialidad en la que siempre me destaqué. En la escuela me hacían dibujar en el pizarrón para ambientar el lugar durante las fechas patrias. Después me inscribí en algunos cursos, como dactilografía, recuerdo. No hice una carrera profesional, mi formación estuvo influenciada por el contacto que tuve con los artistas plásticos más grandes del país: (Demetrio) Urruchúa, (Juan Carlos) Castagnino y (Antonio) Berni. Mi gran universidad fue la vida, la gente. En Ciudadela tenía algunos amigos que eran hijos de familias sicilianas, y dentro de esa barra había un pintor de paredes y cuadros. Comencé a acompañarlo cuando tenía 10 años: él pintaba y yo le hacía mate o asado. Hasta que observándolo descubrí mi pasión. Todos los fines de semana íbamos al barrio de La Boca, hasta que un día quise probar y agarré un cartón y unos pinceles, y me puse a pintar. Hacíamos cuadros en las quintas, íbamos caminando con el caballete y los cacharros. De esa manera fui conociendo el oficio. ¿Cómo fue su experiencia con las grandes figuras de la pintura argentina? Grandiosa. Todo se dio en 1950 cuando tenía 27 años: envié una de mis obras a un salón, fue aceptada, y recibió muy buena critica. Salió en los diarios, junto con la de un pintor que había ganado el tercer premio. Quise conocerlo, así que fui a su casa para pedirle que me enseñara técnicas, movido por la necesidad de aprender e incorporar herramientas profesionales. Me explicó que como estaba estudiando y no tenía tiempo, me llevaría al taller del maestro Urruchúa. Yo estaba muy emocionado, para mí era como el cielo. Estuve ocho años con él aprendiendo pintura y monocopia; con Castagnino, quien también era del grupo de los pintores sociales, aprendí dibujo; y después conocí a Pompeyo Audivert, de quien fui ayudante. No hice carrera formal en institutos, pero estudié con pintores y tuve la suerte de estar en la cocina de todo. En el taller de Urruchúa había unas cien personas estudiando, y formamos un grupo llamado Los Lobos. Después figuramos en un libro que el maestro escribió con los entonces futuros pintores del país: puedo decir orgulloso que no se equivocó, todos hicimos obras. ¿Y sus recuerdos en el mundo del arte? Son variados por todo lo que viví. Cuando fui al taller de (Lino) Spilimbergo justo viajaba a Tucumán para crear la Universidad de las Artes, y al volver le pedí una entrevista para mostrarle unos dibujos. Yo no había aprendido a dibujar con él pero lo imitaba, era el ejemplo a seguir, mi sueño era poder tener una clase con él. Finalmente me recibió en su casa un día que estaba apurado porque salía para Europa. Ese día entendí dibujo: Spilimbergo puso un papel sobre la mesa, trazó algunas líneas, conformó una figura humana y de pronto hizo un trazo en el lugar en el que iba el hombro. En ese momento me preguntó qué había hecho, y le contesté: un hombro. “No señor, eso es una curva”, me advirtió. Así aprendí el significado de la línea y de la construcción. No dibujamos ojos ni narices, son líneas, valores, elementos plásticos. El hecho de que una curva se ponga en el lugar del hombro no implica que esa deje de ser una curva. A partir de esa experiencia empecé a mirar los dibujos de otra manera; ya no hacía un seno, ni lo veía como seno, lo veía como un círculo. ¿Qué opina del reconocimiento a su trabajo? Mis obras tuvieron suerte diversa. En la medida que comencé a recibir premios, me empezaron a llamar de los salo- 5 6 • M U N I C I P I O D E M O R Ó N
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