La_voz_ascendente_Especulo_53_2014
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<strong>La</strong> <strong>voz</strong> <strong>ascendente</strong> - nº <strong>53</strong> Espéculo julio-diciembre <strong>2014</strong><br />
Tata Mbarca: la Tragedia de un drama sin dioses<br />
—¿Cómo surgió el proyecto de escribir un drama social?<br />
“Estuve enferma de cáncer y después del tratamiento no podía pintar; era el momento de<br />
escribir. Había leído a Mohamed Chuckri (“El pan desnudo”/“Tiempo de errores”), que<br />
describe la vida de Tetuán, en los años 50, como ese mundo de prostitución, alcohol y<br />
desarraigo en el que vivió, y, cuando se refiere a la mujer, señala sobre todo sus formas<br />
más sexualizadas. Ese punto de vista me hizo pensar en que yo conocía otro Tetuán, que<br />
en la lectura de sus libros no aparecía sino desde el lado masculino; a veces, en sus<br />
relatos, apenas conseguía identificar el plano de aquellas calles y plazas de mi pubertad, y<br />
me dije que iba a escribir otro libro en el que se hablara de experiencias de la vida social<br />
de Tetuán, con otra mirada. Además, Chukri cuenta sus historias enfadado, un poco<br />
amargado. Y, la verdad, yo también estuve enfadada, disgustada por ese exclusivo punto<br />
de vista masculino. <strong>La</strong> felicidad de la gente no depende de la riqueza o de la pobreza sólo,<br />
ni se expresa desde una única <strong>voz</strong>. <strong>La</strong> educación de los hijos de familia burguesa de<br />
cuando yo era niña, en aquella década de los 50, el modo en que te ordenaban lo que<br />
debes y no debes hacer es, en muchos casos, idiota, un modo de meterte en una cárcel.<br />
Los tetuaneses lo denominaban “reglas de la vida” y el modo en que lo pronunciaban en<br />
árabe decantaba una idea de buen tono, de elegancia. Pero lo cierto es que estas reglas te<br />
condicionan toda la vida. Empecé a pensar, en primer lugar, sobre aquél código de<br />
socialización, el que regía la vida de las gentes de la alta sociedad que tenían a su servicio<br />
esclavas. En la casa de mi abuelo había una esclava en la cocina, Tata Mbarca, que jamás<br />
pude ver fuera de ese espacio, era como si fuera un mueble. Ella fue la protagonista de mi<br />
primer drama y representa una visión de la mujer de aquel tiempo, una sociedad<br />
atravesada por el desclasamiento y el predominio de un pensamiento conservador,<br />
tradicionalista”. Pero había otro personaje muy importante, Loubna: una niña<br />
privilegiada, porque puede ir al colegio, ya que su padre era hombre liberal. Su<br />
inteligencia, formación y sensibilidad para mirar y sacar conclusiones envuelven su<br />
adolescencia de enormes disputas familiares; tiene 14 años, pero su pensamiento es<br />
avanzado. A través de Loubna quise dar una réplica a la visión machista del Tetuán de<br />
Chucki, pues también ella padece, cada día, la presencia de esos hombres horribles que se<br />
meten con ella en las calles diciéndole cosas soeces y desagradables.<br />
Le quise interpelar a través de la rabia de Loubna, diciéndole: si tú ves sólo a mujeres<br />
vulgares, las mujeres también vemos a esa clase de hombres que nos entristecen y<br />
asquean. Ella se queja y su espontaneidad se convierte en descaro para sus tías y su<br />
abuela, las mujeres de su familia que le reprochan que sea crítica y hable de los hombres<br />
con tanta libertad. En Tata Mbarca quise hablar también del conflicto intergeneracional”.<br />
<strong>La</strong> visión que traslada Tnana sobre la obra de este reconocido novelista concuerda con la<br />
impresión que yo misma tuve de él en los años 90, en Tánger, cuando me lo presentara la<br />
directora del Instituto Cervantes, Lola Gavira, buena amiga suya. Si has leído sus obras y<br />
has podido conversar largamente con él, su historia es la de un niño de la calle, sin<br />
recursos, analfabeto, con una experiencia atroz de malos tratos paternos y sin<br />
posibilidades de promoción social. <strong>La</strong> vida de un hombre que frecuentó ambientes tristes<br />
de prostitutas y de alcohol una buena parte de su vida; sus andanzas callejeras le llevarían<br />
a la cárcel donde, sin embargo, aprendería a leer. Pero también es la historia de una<br />
segunda oportunidad cuando, a mediados de los 60, M. Chukri terminó siendo compañero<br />
de viaje de escritores foráneos como Paul Bowles, Jean Genet o Tennessee Williams y, a<br />
su vez, él mismo se lanzó a la aventura de escribir.<br />
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