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La_voz_ascendente_Especulo_53_2014

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<strong>La</strong> <strong>voz</strong> <strong>ascendente</strong> - nº <strong>53</strong> Espéculo julio-diciembre <strong>2014</strong><br />

individuo en el seno de la comunidad. No en vano, en su libro autobiográfico Sueños en<br />

el umbral, ella misma ha declarado que nada le gusta más que “combinar dos papeles en<br />

apariencia contradictorios: bailar con un grupo y mantener el ritmo propio peculiar”<br />

(Mernissi, 2004: 165). Además, en la racionalidad espiritual de sus antecesoras, la<br />

historiadora marroquí ha buscado una alternativa ética a la individualidad sin igualdad<br />

representada por el sujeto propio de las reificadas y despersonalizadas sociedades<br />

modernas, cuya subjetividad gira en torno a la mejora de su status y el culto a su cuerpo.<br />

Frente a esto, gracias a los relatos de Sherezade, Mernissi aprendió al momento que las<br />

mujeres podían ser bellas de muchas maneras, una de las cuales requería que hicieran<br />

uso de su intelecto. De igual modo, gracias al maestro sufí Faraduddin Attar, la pequeña<br />

Fatema supo pronto de la inutilidad del éxtasis de los místicos que se embriagan con<br />

nostalgias y no se cansan de bucear en su alma mientras permanecen ajenos a la vida<br />

humana (Shah, 1999: 60).<br />

Asimismo, de boca de las mujeres de su familia, la historiadora marroquí tuvo ocasión<br />

de escuchar el proverbio sufí que reza que “un hombre abstraído en sí mismo” dista<br />

mucho de ser hermano, pariente o amigo (Shah, 1999: 150). Igualmente, la escritora se<br />

ha servido del ejemplo de su tía Habiba y de<br />

su abuela Yasmina para alertarnos contra ese<br />

feminismo que, imitando el discurso de la<br />

dominación masculina, llama a mantener bien<br />

sujetas las bridas de las emociones y los<br />

afectos para que así nos integremos mejor en<br />

el actual imperio del sistema capitalista de<br />

mercancías y objetos, donde a veces da la<br />

impresión de que hombres y mujeres ya sólo<br />

somos uno más entre todos ellos. Pero,<br />

además, Fatema nos ha enseñado que debajo<br />

de todas las culturas, clases, racionalidades y<br />

atavíos, todos los seres humanos somos el<br />

mismo, y que, para que nos sintamos cercanos<br />

y semejantes, basta con que nos veamos a<br />

través del filtro del ser contradictorio y<br />

vulnerable que cada uno lleva consigo.<br />

Desde su feminismo espiritual, la escritora<br />

también nos ha puesto de manifiesto que sólo<br />

quienes gozan de todos los poderes y<br />

privilegios mundanos se pueden permitir el<br />

lujo de menospreciar la espiritualidad y la<br />

fuerza interior que ayuda a los oprimidos y a<br />

los incomprendidos a afrontar su destino y a<br />

seguir luchando por un mundo mejor y<br />

distinto. De hecho, ha sido de “<strong>La</strong> princesa<br />

Budur”, de “<strong>La</strong> mujer del vestido de plumas”, de Sherezade, de Tamou, de Yaya, de<br />

Habiba y de Yasmina de quienes Mernissi ha aprendido que es precisamente esa fuerza<br />

interior la que “nos hace más osados y nos da seguridad […] en nuestra capacidad para<br />

transformar el mundo y a sus habitantes” (Mernissi, 2004: 21). Por último, gracias a<br />

dicho feminismo, Fatema nos ha hecho saber que sólo aquellos que lo han anulado<br />

dentro de sí mismos dudan de que el amor pueda poner en peligro el orden establecido.<br />

Por ello, para concluir nuestro ensayo, retomaremos las palabras que el maestro Ibn<br />

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