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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» RocinanteSi el primer año por mi universidad no fue un camino de rosas, tampoco esque fuera un valle de lágrimas, al igual que el año anterior, se seguíarespirando en el ambiente un aire de cierta superioridad, a veces llegaba adudar si realmente estaba en la universidad o en unas instalaciones de lanasa.Estaba dentro de lo cotidiano observar por los pasillos de la universidad concierto asombro a aquellos que consideraban más listos, mejores, la élite delpaís, unos aires que mayormente se daban los profesores y aquellos alumnosaventajados.Este singular fenómeno, el de los que creen estar aquí por error, pues sulugar debía estar en alguna otra galaxia de mentes privilegiadas, es algo quesiempre ha existido a lo largo de la historia, cuántos listillos han marcado laspáginas de la historia de la humanidad, recientemente presencié uno deestos fenómenos en un debate televisivo.Ya no se hacen debates como los de La Clave, donde el excepcional JoséLuis Balbín ponía sobre la mesa temas de actualidad que era de interéspopular, proyectaba una película relacionada con el tema a tratar y porúltimo recomendaba la lectura de determinados libros que profundizabanaquellos temas.No había día que no se aprendiera algo nuevo tras ver La Clave, tal vez loque le posicionaba frente a otros debates, era por lo general imperaba elrespeto entre los interlocutores que esperaban su turno para exponer susargumentos.Pero el debate que vi hace unos días, dista mucho de parecerse a los debatesde La Clave, en los debates de hoy se compite a ver quién es el que más gritae impone su criterio acallando al resto de interlocutores, que sin apenasdarse cuenta y sin poder remediarlo, se han convertido en una parte más delpúblico.En este tipo de debates todo vale, es muy común que se acuda a todo tipo deartimañas incluidas las descalificaciones, insultos y a veces por qué no,alguna que otra patada y puñetazos varios.Estos debates carecen de interés cultural, pues nada se puede aprender deellos, aunque suelen causar gran expectación entre los que me incluyo yocomo fan incondicional, pues no deja de ser divertido ver a energúmenos decualquier índole tirándose las sillas a la cabeza por el ansia de querer llevar larazón.En aquel debate se trataba un tema referente a la prostitución, aunque deboconfesarles que no sé muy bien de lo que demonios hablaban, el caso es queentre los interlocutores había un pintor que por lo poco que intervino sepodía adivina que era usuario habitual de prostíbulos con la peculiaridad quea pesar de ser cliente, parecía no respetar ni lo más mínimo al ramo.- 11 -

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