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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Entre los miembros de la familia así llamábamos a mi madre a escondidas,pero les pido por favor, no se lo vayan a decir, que también tiene su genio.Pero no traten de buscarle un parecido con la señora Margaret HildaThatcher, pues aunque recientemente pisó tierras inglesas para ir a visitar asu nieta Laura, mi madre tiene un valor y una fuerza que jamás he visto enninguna otra persona, lo mejor de ello, es que tiene el don de contagiar suvalor a quien la rodea.Pueden imaginarse que de estos dos cabeza de familia insuperables,hayamos salido unos hijos algo descafeinados, quiero decir con esto, que yanos hubiera gustado, tanto a mí como a mis hermanos, haber heredado lasmagníficas cualidades de ellos dos.Pero si puedo asegurar que todos los hijos hemos heredado una cualidad deellos, el amor, una cualidad que llevamos cada uno de los hermanos ennuestro corazón, podremos tener nuestros defectos, pero todos compartimosuna virtud esencial en la vida, sabemos el significado de la palabra «amor».A lo largo de mi biografía me han acompañado ustedes por este viaje en elcual he combinado relatos de mi pasado con momentos de actualidad, hoyquiero hacerles partícipes de algo que ha ocurrido hace pocos días,estuvimos por la noche en el cumpleaños de nuestro amigo Javi, ese clásicode antes del verano y llegamos a casa tarde y cansados Marga y yo.Por la mañana nos llamó mi suegra, la señora Soledad muy nerviosa y nosdijo, ¡Millán se ha caído al suelo y no se puede levantar, por favor, venidcuantos antes, que yo no puedo levantarle, además se ha cortado con unvaso!Salí corriendo hacia su casa mientras Marga recogía papeles del médico,cuando llegué me encontré a Millán, mi suegro, en el suelo en estado deshock con un charco de sangre en el suelo.Afortunadamente hoy, mientras escribo estas letras, aunque aún permaneceen el hospital, ya está fuera de peligro y hemos regresado hace un ratos dehacerle una visita, allí he conocido a otro enfermo con quien compartehabitación, un tocayo mío de ochenta y ocho años de edad, don Miguel.Don Miguel es un señor muy agradable, le acompaña su mujer, la señoraMaría, una mujer que tiene una sonrisa que transmite paz interior, ambosmuy educados y correctos, cualidades ya en peligro de extinción en mi país.Don Miguel trabajó como ebanista de arte sacro, entre sus trabajos, conorgullo nos cuenta cómo realizó, con sus manos artesanas, el altar de maderaque hoy se puede ver en la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción en elnúmero cinco de la madrileña calle de Arturo Soria.Pero lo que no sabe don Miguel es que junto a su esposa Doña María, sondignos personajes de mi libro y además, fuente de inspiración de mi próximaobra, el cuento infantil «El Árbol de la Familia» ilustrado por mi mujer.- 194 -

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