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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Por la mañana temprano, al salir al trabajo, me encuentro a uno durmiendoen el 127, le doy los buenos días y sale disparado como una bala, doy unvistazo y compruebo que todo está en orden, bueno, dentro de lo que cabe,teniendo en cuenta que es lunes tras un fin de semana loco.El lunes lo paso en el trabajo lo mejor que puedo, es decir, a base deparacetamol y zumos, y antes de salir, me pregunta el jefe que si para ir a micasa voy a pasar por Quintana, con el despiste que tengo se me olvida decirque no, y se viene conmigo.Se sienta sobre un condón inflado, estalla y nos pegamos un susto de muerte,retiro los trozos como puedo antes de que se percate de que era un condón yle digo que fue el gracioso de mi amigo Manolo, que el fin de semana setrajo un globo de las fiestas.Cuando aún no nos hemos repuesto del susto, el jefe coge en su mano elpequeño extintor que en la época traían algunos coches de fábrica, aunqueen caso de incendio conocía de su escasa utilidad, pero quedaba bonito.Recuerdo en ese momento que mi amigo Manolo esconde los papelillos defumar debajo del extintor, al mismo tiempo que coge el extintor, sin que sepercate, retiro los papelillos y los meto en el bolsillo de mi camisa, en esemomento agradecí las enseñanzas de mi viejo amigo trilero de la Plaza deCallao.Parece mentira que con aquellos dos movimientos, mi jefe había conseguidoespabilarme más que tras ocho horas fabricando líneas de código, estabaatento a ver iba a ser el siguiente movimiento de mi jefe, cuando tras unbache, sonó el golpe de un bulto bastante pesado en el maletero.Leí de inmediato lo que ocultaba la mente atemorizada de mi jefe y meapresuré a explicarle que era la barca hinchable, a ver si un día encontraba aalguien que me ayudara a subirla a mi casa, hubo un silencio que interpretécomo que no se ofrecía voluntario.El resto de viaje transcurrió dentro de la normalidad, teniendo en cuenta quetuve que parar en una gasolinera a echar gasolina, agua y aceite en idénticasproporciones para conseguir que siguiera andando, es que el fondo el 127estaba un vehículo bastante caprichoso.Por último, poco antes de dejar a mi jefe en su destino, esquivé a tres perrosy cuatro ancianas de una muerte segura, llegando a nuestro destino, el metrode Quintana, me agradeció el favor, pero mi intuición me hizo imaginar queme encontraría al día siguiente una carta blanca encima de mi mesaindicándome el camino de la calle.Afortunadamente mi intuición se equivocó, sin que sirva de precedente, aúnera muy joven para ser defenestrado, tendrían que pasar unos cuantos añosmás hasta que llegara el día en que me lanzaran de un puntapié, si me animóy recomendó mi jefe a cambiar lo antes posible de coche por mi seguridad,aunque tenía mucho aprecio a aquel coche como para dejarle abandonado.- 60 -

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