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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» De nuestro festín fueron partícipes los buitres, ofrecimos a los visitantes dela ermita, pero aunque nos miraban relamiéndose, no aceptaron, los que síaceptaron nuestra invitación sin dudarlo fueron los buitres que pudierondegustar con nosotros de unas riquísimas chuletas.Nos despedimos de los buitres con una guerra de espigas, de esas quelanzad a alguien y se le quedan pegadas al jersey todo el día como no se décuenta, cuando regresamos al coche parecíamos indios navajos solo que enlugar de plumas llevábamos espigas.Tras el éxito de aquella primera excursión, vinieron otras muchas, de las querecuerdo las aguas gélidas que bajan del embalse de Beleña en Guadalajara,o el curioso nombre de un restaurante de Jarandilla de la Vera en Cáceres, enel que una mujer de mal vivir debió dar a luz.Pero una que recuerdo con entusiasmo fue la que hicimos a la sierra deAlbarracín en Teruel naturalmente debido a la belleza del lugar, pero loincreíble es que nos reencontramos con dos viejas amigas.Eran las chicas que habíamos conocido mi hermano y yo años atrás enJávea, ellas vivían en Predreguer y también habían salido aburridas de larutina del fin de semana, al día siguiente nos dejamos los teléfonos por siellas venían a Madrid o nosotros íbamos a Pedreguer.Cuando salimos hacia Madrid, comprobamos con curiosidad que para irhacia Madrid debíamos avanzar hacia el norte, cuando la dirección lógica atomar sería ir hacia el oeste.Llegaron las vacaciones y decidimos hacer una gira por el sur de la penínsulafinalizando desde Huelva por la costa hasta llegar a Denia, así podríamos ir avisitar a nuestras amigas de Pedreguer.Tenía curiosidad por visitar la ciudad en la que vivió durante su adolescenciami padre, Ceuta, nada más llegar nos ofreció un moro un ladrillo de colormarrón, tenía el aspecto de una cagada de vaca, pero con forma cuadrada, lotomé en mis manos y debía pesar alrededor de un kilo.Se trataba de un kilo de hachís, despertó en aquel instante mi instinto depillo madrileño que observaba como timaban en la plaza de Callao deMadrid a los extranjeros, le devolví inmediatamente su ladrillo y le dije, losiento es que, soy de Madrid.El moro protestó en su lengua y se fue refunfuñando con su ladrillo yproseguimos la visita por la ciudad, tardamos muy poco en visitar la ciudad,pues es realmente pequeña y fuimos al mercadillo a comprar regalos.Cuando regresamos hacia el barco, repletos de bolsas con regalos, la policíanos paró y nos dijo que sospechaban que llevábamos droga y debíanproceder a registrarnos, fue entonces la primera vez que monté en el asientotrasero de un coche de policía y quedé impresionado de lo incómodo queera, sus asientos eran duros como piedras.- 57 -

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