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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Accedí encantado a su oferta, había pensado mucho en ella desde aquel día yaunque tuve la tentación de ir a la puerta de su casa a ver si la veía, penséque si el destino había querido que todo fuera así, no iba a ser yo quien locambiara.Estuvimos bailando toda la noche, hasta que Lucía vio a alguien y puso cadade terror, como si se tratara del mismo demonio, entonces me agarró de lamano y me llevó al fondo de la discoteca.Me explicó que ella tenía novio y que le dijo que no iba a salir, pero que leacababa de ver en la discoteca, entonces no pude evitar preguntarle, ¿estabascon aquel novio el día que me conociste?Ella afirmó con la cabeza, entonces le dije que lo mejor que podía hacer paraevitar problemas era marcharme, ella me dio su teléfono y me suplicó quepor favor la llamara, que si estaba con su novio era por presiones familiares yque yo era el único amor que había tenido en su vida.Yo le dije, lo comprendo, no te preocupes, ahora vamos a tranquilizarnos, mevoy y ya hablaremos otro día con más tranquilidad, cuando salí por la puertasentía por mis venas el mayor enfado que jamás había sentido.Tal fue mi enfado que sin pensarlo me fui en mi coche, el 127 que hederé demi tía, a la sierra de Madrid, era de noche pero conocía un mirador dondepoder desahogarme, me encontré un coche aparcado de una pareja quebuscaba un lugar tranquilo para hacer sus cosas.Salí del coche, me subí a una peña y grité de rabia, una y otra vez, un eco sefundía con el otro, cuando quedé sin habla rompí a llorar y maldije mi suerte.Sentía odio por ella, si antes era la mujer más bella se había convertido en unmonstruo, si la noche que la conocí mi mente tenía un perfecto control, loocurrido había hecho que perdiera el control y le deseara lo peor.Sabía que iba a ser muy difícil lograr controlar el gran enfado que tenía, nosolo con ella, sino con el Dios que había permitido que añadiera un fracasomás a mi saco, que dolor tan insoportable sentía mi alma.Días sin comer, bebiendo solo agua, llegué a pensar en mi estado deperturbación mental que debía pasar cuarenta días sin comer para deshaceraquel maleficio que me acompañaba a lo largo de mi vida.Destruí el teléfono de Lucía y esa fue la clave, en ese preciso instante penséen mí mismo, en el estado terrible al que había llegado, debía hacer algopara volver a la normalidad, aunque no sabía por dónde empezar.Entonces busqué la causa de mi enfado, ella venía a mi mente una y otra vez,pero comprendí que ella no tenía culpa de aquella situación, algo muydoloroso me había ocurrido, pero la causa de mi desgracia no era ella, sinoque irónicamente fuera su acomodada posición social la culpable de que leestuviera obligaba a tener una relación con alguien a quien no amaba.- 46 -

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