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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» 4. El CurroMi Gran EnfadoEl año noventa y dos a mis veintitrés años me encontré casualmente al salirdel trabajo con Lucía, una chica que conocí en una discoteca de Madrid delmodo más extraño que jamás había conocido a nadie, directamentecomiéndonos a besos.Lucía era extremadamente bella, recuerdo que era alta, más que yo, debíamedir 1’83, era también delgada para su estatura pero bien proporcionada, deconstitución fuerte, pura fibra, de ojos azules y rubia natural.Cuando se acercó a mí en aquella discoteca y sin mediar palabra comenzó abesarme, pensé que tal vez aquello era una apuesta que había hecho con susamigas o tal vez alguna broma, pero como era tan extremadamente bella noprotesté y me limité a disfrutar del momento.Cada vez estaba más convencido de que aquello era una broma porque ellano paraba de mirar de reojo al grupo de personas con las que vino, y cuandotrataba de hablar con ella, me tapaba la boca con la suya, tan dulce que nopodía resistirme y me dejaba llevar como pluma al viento.Entonces pronunció la primera frase invitándome a irnos a un sitio dondeestar solos, algo que estaba deseando, al menos para poder hablar un pococon ella y al menos poder conocernos mentalmente, pues físicamente pocoquedaba por saber.Me habló de ella y me sorprendió que era muy tímida, no podía entendercomo una chica que se ruborizaba cuando le preguntaba algo tan trivialcomo qué estudiaba, fuera la misma chica que me había estado besando conpasión durante toda la noche en la discoteca.Me dijo que estaba el fin de semana sola porque sus padres habían salidofuera de Madrid y que si me apetecía que hiciéramos una fiesta en su casa ybrindar con champagne, que no importaba si no tenía dinero, pagaba ella atodo, dicho lo cual se puso su cara roja del mismo color de mi jersey.Era extraño su comportamiento, era una mujer de una belleza tan grandecomo su timidez y sin embargo me estaba invitando a subir a su casa abrindar con champagne, mientras pensaba en lo raro que era todo esto, mevolvió a besar y esta vez noté mucho calor en su cuerpo.Fuimos a una tienda que abren veinticuatro horas y me sonreí al ver laselección de productos de Lucía, entonces le advertí si era verdad quepagaba ella, pues yo no podría pagar aquellas exquisiteces, me respondióafirmativamente.En realidad si podía pagarlo, pero si era cierto me quedaría el resto del messin blanca, eran productos no permitidos para mi bolsillo.- 40 -

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