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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Tomamos un taxi hacia su casa, un trayecto que hubiera deseado no hubieraacabado nunca, parecía querer retenerme con sus besos como si temiera queme fuera a echar atrás en el último momento.Desde mi posición podía ver al taxista que estaba más pendiente de lo quepasaba en el asiento de atrás que de la conducción, estando a punto dechocarnos en numerosas ocasiones.Si la belleza de Lucía era impresionante, la casa donde vivía no lo era menos,estaba situada en el barrio de Arturo Soria, al llegar a la puerta de aquellamansión apareció un señor mayor de pelo blanco, con mucha elegancia ycorrección nos abrió la puerta, era el mayordomo.Ordenó al mayordomo que el servicio le preparara la cena y la subiera a sudormitorio, asintió el mayordomo con la cabeza y me pidió mi abrigo paracolgarlo en un armario tallado con motivos religiosos de ébano.Pasamos por un patio interior donde había unos sillones que daban ganas detumbarse en ellos, de hecho tomé asiento en uno de ellos, a lo que Lucíaprotestó diciendo que no me sentara en el sillón de Luisito, un pastor alemánque por fortuna se encontraba en ese momento en el jardín exterior.Pasamos a una sala de estar, la decoración era del gusto más exquisito, medaba la sensación de estar visitando un museo, mientras contemplaba conadmiración los cuadros, el mayordomo adivinó la duda que tenía:Mayordomo: Un Rembrandt auténtico, ¿Qué tomará el señorito?Me parecía del todo ridículo dirigirse a mí como «el señorito», pero dichopor aquel señor tan correcto y expresivo, sonaba bien, leí en su miradainteligencia y complicidad desde el primer instante en que le vi, podríaparecer extraño, pero me caía incluso mejor que la anfitriona.Miguel:Una cerveza señor, muy amableLucía puso un disco techno que no me gustaba, pero tampoco protesté,desde que habíamos entrado en la casa, tal vez por la presencia del servicio,no me había besado Lucía ni una sola vez, ya echaba de menos esos besostan dulces, pero a falta de ello, vino la cerveza con un aperitivo que tal vezleyó en mi mente el mayordomo, jamón serrano de pata negra.Lucia y yo comenzamos a charlar, fue el momento de la noche en que mástiempo estuvimos hablando, conociéndonos, hablando de nuestras familias,aunque yo adivinaba que algo rondaba en su bella cabecita, algo lepreocupaba pero preferí mantenerme discreto.El mayordomo nos dijo que ya estaba todo listo en el dormitorio, Lucía ledio las gracias y le dijo que no nos molestara nadie, ya les avisaría cuandonecesitara algo. Lucía me tomó de la mano y me dirigió por una casa de laque no sería capaz de encontrar la salida por mí mismo y entramos en lo quepodría ser el dormitorio de la pantera rosa.- 41 -

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