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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Yo le hablaba con menos orgullo del mío, aunque realmente no me podíaquejar, estaba viviendo uno de los mejores momentos a nivel profesional, mitrabajo estaba muy bien pagado y no requería un sobreesfuerzo adicional.Noté como poco a poco su mirada me sugería que pasáramos a la acción deuna vez, es decir, que se encontraba muy a gusto conmigo pero que sushormonas femeninas querían saber más, algo que mis hormonas masculinasentendieron a la perfección.La pasión estaba encendida, casi todo era perfecto, sin embargo trataba deresolver un dilema, ¿dónde podríamos desatar esa pasión tan abrasadora siyo aún vivía con mis padres y ella con los suyos?Sabía a ciencia cierta que mis padres no eran tan liberales como paraconsiderar la posibilidad de tener un vis-a-vis (del francés vis-á-vis quesignifica cara a cara, encuentro privado de un preso con una persona sinvigilancia), en sentido figurado claro está, pues ninguno éramos presos,aunque si estábamos presos de la pasión.Pero en casos de enamoramiento perdido, no hay que pensar mucho, porquela misma pasión es la que te guía por los caminos más insospechados, deeste modo caminamos despacio hacia el coche, nos dábamos pequeñosbesos pero al entrar en el coche la pasión hizo que nos comiéramosliteralmente.Tras un largo rato de pasión desenfrenada, pusimos en marcha el motor (eldel coche, el pasional estaba a todo gas) y conduje todo lo que pude, hastaque no pudimos esperar más y nos echamos a la cuneta a liberar nuestrapasión.No habían pasado ni dos minutos cuando oigo una sirena y cuando meincorporo veo un coche de la guardia civil y una pareja que se sale del mismoy se dirige caminando lentamente hacia nuestro coche, tal vez con laintención de que nos diera tiempo a ponernos presentables.Hubo suerte, pues se dirigió hacia mí una mujer de la benemérita (uno delos cuerpos de seguridad de mi país) que parecía ser bastante comprensiva,me pidió el permiso de conducir y se lo extiendo al instante.Miro a Soledad y ha puesto una cara de pánico que me hace creer que lamujer hubiera sacado una pistola apuntándome, pero afortunadamente nofue eso lo que horrorizaba a Soledad, sino que fue que en lugar de entregar elpermiso de conducir a la buena mujer de la benemérita, le había entregadosus bragas que había recogido del suelo, este gesto que cualquiera podríapensar que fue provocado, no fue así, confieso ser un tremendo despistado.Este gesto, que juro y perjuro fue totalmente involuntario, fruto de laconfusión del momento en que mi pasión desenfrenada había sido sesgadade cuajo, provocó cierto malestar en la mujer de la benemérita, con toda larazón del mundo y seguidamente me pidió amablemente que salieralentamente del vehículo y pusiera las manos en alto.- 159 -

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