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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Era la plaza del pueblo de Los Molinos testigo de estos acontecimientos enlos que gentes de todos los pueblos de los alrededores incluido Madrid, seunía para dar el último adiós a la noche y recibir el nuevo día.Qué mejor manera de recibir el día tras una noche de parranda quedespejarse en la piscina de la urbanización y luego bajarse a tomar un buenchocolate con churros en la churrería de Guadarrama.Fueron muchas plazas y muchos pueblos en los que se me pudo oír, sobretodo a ciertas horas en las que canta el gallo y de entre todas ellas, hubo unamemorable.Acompañado de Rocinante en un pueblo llamado Villarejo del Espartal,pueblo del que dicen los lugareños, lo componen cuatro casas y un corral, adecir verdad, que me perdonen sus habitantes si se ofenden por ello, pero lasensación que se respira allí es de pueblo abandonado.Me encontraba con Rocinante una madrugada como tantas otras en el barCien, uno de esos lugares que existían en Madrid antaño en los que te podíastomar una ración de oreja a cualquier hora de las veinticuatro que componeun día.De repente surgió la idea de ir a Villarejo del Espartal, no era la primera ni laúltima vez que se nos ocurría a esas horas, así es que fuimos primero a casade Rocinante a por las llaves del pueblo y luego a la mía a por las guitarras.Esta operación tuvimos que hacerla con gran sigilo para no tener que dardemasiadas explicaciones, pues de madrugada y con la lengua algo distraídano era el momento idóneo para informar de nuestra intención de ir a pasar elfin de semana fuera, era mejor dejar las explicaciones para cuando ya no haymarcha atrás, es decir, cuando ya hubiéramos llegado al pueblo.Debo presentar a un buen amigo encargado de llevarnos de aquí para allá entantas y tantas aventuras, no era otro que Toni, un seat 127 blanco quehederé de mi tía Mercedes, un coche pequeño pero duro y resistente.Cuando llegamos a un pueblo llamado Huete, me invadió el sueño y pese lasquejas del buen Rocinante, paré en la cuneta y me quedé dormido unascuantas horas, las suficientes para recobrar todos los sentidos para poderconducir en condiciones sin riesgos.Al llegar al pueblo fuimos a buscar a algunos de los paisanos de Rocinanteque vivían allí y compramos para hacer una paella, la casa de Rocinante erade nueva construcción y estaba próxima a la antigua casa del pueblo queestaba ya en ruinas.Entre medias de las dos casas quedaba un terreno muy adecuado para poderhacer la paella a fuego natural, nos organizamos de manera que mientrasunos se encargaban de preparar la comida, otros iban a por hielo y bebidas yyo me encargué de la parte instrumental, enchufé las guitarras y los micros alamplificador tirando un cable de la cocina al patio exterior.- 29 -

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