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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Aunque ahora tengo otras dos guitarras, y aunque no sean de mi posesión,puedo tocar todas las guitarras que ha construido mi hermano, mi preferidaes la guitarra Granadina, por aquel entonces estaba muy inmerso en elaprendizaje del flamenco y el hermano de mi maestro, también gran figuradel flamenco actual, de hecho, es mi guitarrista preferido, me regaló un librode partituras con algunas de sus obras.Este libro fue dedicado con especial cariño por el mismo artista, en ladedicatoria podía leerse:«Para Miguel, músico amigo mío y gran aficionado al flamenco»Huelga decir que la ilusión que me hacía recibir semejante regalo de miguitarrista preferido era infinita. Pero que además, me lo regalara ese mismoguitarrista y me bautizara como músico y amigo, era un honor.Fui a casa del hermano de mi maestro, para que probara la guitarra que metraje de Granada e interpreté una de las obras que había estudiado en el libroque me regaló meses antes. Fue en el patio de su casa ante la mirada de mimaestro, el hermano de mi maestro, su mujer y la madre de su mujer.Por un momento pude ser el músico y mi público estaba compuesto por tansolo cuatro personas, podían acumular en sus mentes la sabiduría de variasdinastías del flamenco.El respeto que sentía en ese momento ante aquel público era enorme,respeto y gran admiración por un público que mirada atento miinterpretación, probablemente carecía de calidad interpretativa, pero estaballena de sentimiento.Tuvieron para mi tanto valor aquellos años de aprendizaje y admiraciónhacia mi maestro de guitarra y su familia, por aquel entonces era uninformático acostumbrado a pocos halagos, más bien eran muchos losreproches de los que era objeto en mi profesión. Mis amigos tampoco eranlos mejores amigos que se puedan tener, en aquellos momentos, las únicaspalabras de aliento y ánimo venía de mi familia, y de la otra familia que mehabía adoptado como amigo, la de mi maestro de guitarra.Mi maestro observaba que mi rapidez de aprendizaje era considerable,debido en gran parte al interés que siempre había despertado en mi laguitarra, a los halagos constantes de mi maestro, al cariño de aquella familiaque inocentemente pensaban debía ser una eminencia en mi profesión, noeran pocas las que mi maestro me había presentado a grandes artistas delflamenco como un monstruo de los ordenadores.Sin embargo la realidad era otra, en mi profesión no solo no destacaba, sinoque además frecuentemente era humillado no solo por los superiores sinotambién por mis propios compañeros. De haber sido realmente cierta la ideatan baja que de mi tenían, me quedo con la duda de cómo permitieron quetrabajara para ellos y de que me permitieran desarrollar miles de programasdurante los seis años que para ellos trabajé, ¡qué insensatos!- 221 -

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