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50sombras 168

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por un segundo para qué sirven. Es extraño, pero toda esa madera, las paredes<br />

oscuras, la tenue luz y la piel granate hacen que la habitación parezca dulce y<br />

romántica… Sé que es cualquier cosa menos eso. Es lo que Christian entiende por<br />

dulzura y romanticismo.<br />

Me giro y está mirándome fijamente, como suponía, con expresión<br />

impenetrable. Avanzo por la habitación y me sigue. El artilugio de plumas me ha<br />

intrigado. Me decido a tocarlo. Es de ante, como un pequeño gato de nueve colas,<br />

pero más grueso y con pequeñas bolas de plástico en los extremos.<br />

—Es un látigo de tiras —dice Christian en voz baja y dulce.<br />

Un látigo de tiras… Vaya. Creo que estoy en estado de shock. Mi subconsciente<br />

ha emigrado, o se ha quedado muda, o sencillamente se ha caído en redondo y se<br />

ha muerto. Estoy paralizada. Puedo observar y asimilar, pero no articular lo que<br />

siento ante todo esto, porque estoy en estado de shock. ¿Cuál es la reacción<br />

adecuada cuando descubres que tu posible amante es un sádico o un masoquista<br />

total? Miedo… sí… esa parece ser la sensación principal. Ahora me doy cuenta.<br />

Pero extrañamente no de él. No creo que me hiciera daño. Bueno, no sin mi<br />

consentimiento. Un sinfín de preguntas me nublan la mente. ¿Por qué? ¿Cómo?<br />

¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia? ¿Quién? Me acerco a la cama y paso las manos por<br />

uno de los postes. Es muy grueso, y el tallado es impresionante.<br />

—Di algo —me pide Christian en tono engañosamente dulce.<br />

—¿Se lo haces a gente o te lo hacen a ti?<br />

Frunce la boca, no sé si divertido o aliviado.<br />

—¿A gente? —Pestañea un par de veces, como si estuviera pensando qué<br />

contestarme—. Se lo hago a mujeres que quieren que se lo haga.<br />

No lo entiendo.<br />

—Si tienes voluntarias dispuestas a aceptarlo, ¿qué hago yo aquí?<br />

—Porque quiero hacerlo contigo, lo deseo.<br />

—Oh.<br />

Me quedo boquiabierta. ¿Por qué?<br />

Me dirijo a la otra esquina de la sala, paso la mano por el banco acolchado, alto<br />

hasta la cintura, y deslizo los dedos por la piel. Le gusta hacer daño a las mujeres.<br />

La idea me deprime.<br />

—¿Eres un sádico?<br />

—Soy un Amo.

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