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50sombras 168

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—¿Lo intentarías?<br />

—Sí. Te dije que lo haría.<br />

Pero mi motivo es otro. Si hago esto por él, quizá me deje tocarlo.<br />

Me mira extrañado.<br />

—Ana, me confundes.<br />

—Yo también estoy confundida. Intento entender todo esto. Así sabremos los<br />

dos, de una vez por todas, si puedo seguir con esto o no. Si yo puedo, quizá tú…<br />

Mis propias palabras me traicionan y él me mira espantado. Sabe que me refiero<br />

a lo de tocarlo. Por un instante, parece consternado, pero entonces asoma a su<br />

rostro una expresión resuelta, frunce los ojos y me mira especulativo, como<br />

sopesando las alternativas.<br />

De repente me agarra con fuerza por el brazo, da media vuelta, me saca del<br />

salón y me lleva arriba, al cuarto de juegos. Placer y dolor, premio y castigo… sus<br />

palabras de hace ya tanto tiempo resuenan en mi cabeza.<br />

—Te voy a enseñar lo malo que puede llegar a ser y así te decides. —Se detiene<br />

junto a la puerta—. ¿Estás preparada para esto?<br />

Asiento, decidida, y me siento algo mareada y débil al tiempo que palidezco.<br />

Abre la puerta y, sin soltarme el brazo, coge lo que parece un cinturón del<br />

colgador de al lado de la puerta, antes de llevarme al banco de cuero rojo del fondo<br />

de la habitación.<br />

—Inclínate sobre el banco —me susurra.<br />

Vale. Puedo con esto. Me inclino sobre el cuero suave y mullido. Me ha dejado<br />

quedarme con el albornoz puesto. En algún rincón silencioso de mi cerebro, estoy<br />

vagamente sorprendida de que no me lo haya hecho quitar. Maldita sea, esto me<br />

va a doler, lo sé.<br />

—Estamos aquí porque tú has accedido, Anastasia. Además, has huido de mí.<br />

Te voy a pegar seis veces y tú vas a contarlas conmigo.<br />

¿Por qué no lo hace ya de una vez? Siempre tiene que montar el numerito<br />

cuando me castiga. Pongo los ojos en blanco, consciente de que no me ve.<br />

Levanta el bajo del albornoz y, no sé bien por qué, eso me resulta más íntimo<br />

que ir desnuda. Me acaricia el trasero suavemente, pasando la mano caliente por<br />

ambas nalgas hasta el principio de los muslos.<br />

—Hago esto para que recuerdes que no debes huir de mí, y, por excitante que<br />

sea, no quiero que vuelvas a hacerlo nunca más —susurra.

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