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50sombras 168

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20<br />

Christian cruza como un ciclón la puerta de madera de la casita del embarcadero y<br />

se detiene a pulsar unos interruptores. Los fluorescentes hacen un clic y zumban<br />

secuencialmente, y una luz blanca y cruda inunda el inmenso edificio de madera.<br />

Desde mi posición cabeza abajo, veo una impresionante lancha motora en el<br />

muelle, flotando suavemente sobre el agua oscura, pero apenas me da tiempo a<br />

fijarme antes de que me lleve por unas escaleras de madera hasta un cuarto en el<br />

piso de arriba.<br />

Se detiene en el umbral, pulsa otro interruptor —halógenos esta vez, más<br />

suaves, con regulador de intensidad—, y estamos en una buhardilla de techos<br />

inclinados. Está decorada en el estilo náutico de Nueva Inglaterra: azul marino y<br />

tonos crema, con pinceladas de rojo. El mobiliario es escaso; solo veo un par de<br />

sofás.<br />

Christian me pone de pie sobre el suelo de madera. No me da tiempo a<br />

examinar mi entorno: no puedo dejar de mirarlo a él. Me tiene hipnotizada. Lo<br />

observo como uno observaría a un depredador raro y peligroso, a la espera de que<br />

ataque. Respira con dificultad, aunque, claro, me ha llevado a cuestas por todo el<br />

césped y ha subido un tramo de escaleras. En sus ojos grises arde la rabia, el deseo<br />

y una lujuria pura, sin adulterar.<br />

Madre mía. Podría arder por combustión espontánea solo con su mirada.<br />

—No me pegues, por favor —le susurro suplicante.<br />

Frunce el ceño y abre mucho los ojos. Parpadea un par de veces.<br />

—No quiero que me azotes, aquí no, ahora no. Por favor, no lo hagas.<br />

Lo dejo boquiabierto y, echándole valor, alargo la mano tímidamente y le<br />

acaricio la mejilla, siguiendo el borde de la patilla hasta la barba de tres días del<br />

mentón. Es una mezcla curiosa entre suave e hirsuta. Cerrando despacio los ojos,<br />

apoya la cara en mi mano y se le entrecorta la respiración. Levanto la otra mano y<br />

le acaricio el pelo. Me encanta su pelo. Su leve gemido apenas es audible y, cuando<br />

abre los ojos, me mira receloso, como si no entendiera lo que estoy haciendo.

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