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50sombras 168

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contenta de que hayas accedido a intentar darme más. Solo me falta decidir lo que<br />

entiendo por «más», y esa es una de las razones por las que quería distanciarme un<br />

poco. Me deslumbras de tal modo que me cuesta pensar con claridad cuando<br />

estamos juntos.Nos llaman para embarcar. Tengo que irme.Luego más.<br />

Tu Ana<br />

Le doy a la tecla de envío y me dirijo medio adormilada a la puerta de embarque<br />

para subirme a otro avión. Este solo tiene seis asientos en primera y, en cuanto<br />

despegamos, me acurruco bajo mi suave manta y me quedo dormida.<br />

Tras un sueño demasiado corto me despierta la azafata con más zumo de<br />

naranja, ya que iniciamos la aproximación al Savannah International. Sorbo<br />

despacio, exhausta, y me permito sentir un poco de emoción. Voy a ver a mi madre<br />

después de seis meses. Mirando de reojo la BlackBerry, recuerdo que le he enviado<br />

un largo y farragoso correo a Christian, pero no hay respuesta. Son las cinco de la<br />

madrugada en Seattle; con un poco de suerte, aún estará dormido y no<br />

interpretando alguna pieza lúgubre al piano.<br />

Lo bueno de las mochilas de cabina es que una puede salir volando del aeropuerto<br />

sin tener que esperar una eternidad junto a las cintas de equipaje. Lo bueno de<br />

viajar en primera es que te dejan bajar del avión antes que a nadie.<br />

Mi madre me espera con Bob, y estoy encantada de verlos. No sé si es por el<br />

agotamiento, por el largo viaje o por toda la situación con Christian, pero en<br />

cuanto estoy en los brazos de mi madre me echo a llorar.<br />

—Ay, Ana, cielo. Debes de estar muy cansada.<br />

Mira inquieta a Bob.<br />

—No, mamá, es que… me alegro mucho de verte.<br />

La abrazo con fuerza.<br />

Me hace sentir tan bien, tan protegida, como en casa. La suelto a regañadientes y<br />

Bob me da un incómodo abrazo con un solo brazo. No parece tenerse bien en pie, y<br />

entonces recuerdo que se ha hecho daño en una pierna.<br />

—Bienvenida a casa, Ana. ¿Por qué lloras? —pregunta.<br />

—Oh, Bob, también me alegro de verte a ti.<br />

Contemplo su apuesto rostro de mandíbula cuadrada y sus chispeantes ojos<br />

azules que me miran con cariño. Me gusta este marido, mamá. Te lo puedes<br />

quedar. Me coge la mochila.<br />

—Por Dios, Ana, ¿qué llevas aquí?

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