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50sombras 168

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mis palabras. Se presiona la barbilla, pensativo.<br />

—Tienes razón. Lo hago. Cada uno utiliza en la vida lo que sabe, Anastasia. Eso<br />

no quita que te desee muchísimo. Aquí. Ahora.<br />

¿Cómo es posible que me seduzca solo con la voz? Estoy ya jadeando, con la<br />

sangre circulándome a toda prisa por las venas, y los nervios estremeciéndose.<br />

—Me gustaría probar una cosa —me dice.<br />

Frunzo el ceño. Acaba de darme un montón de ideas que tengo que procesar, y<br />

ahora esto.<br />

—Si fueras mi sumisa, no tendrías que pensarlo. Sería fácil —me dice con voz<br />

dulce y seductora—. Todas estas decisiones… todo el agotador proceso racional<br />

quedaría atrás. Cosas como «¿Es lo correcto?», «¿Puede suceder aquí?», «¿Puede<br />

suceder ahora?». No tendrías que preocuparte de esos detalles. Lo haría yo, como<br />

tu amo. Y ahora mismo sé que me deseas, Anastasia.<br />

Arrugo el ceño todavía más. ¿Cómo está tan seguro?<br />

—Estoy tan seguro porque…<br />

Maldita sea, contesta a las preguntas que no le hago. ¿Es también adivino?<br />

—… tu cuerpo te delata. Estás apretando los muslos, te has puesto roja y tu<br />

respiración ha cambiado.<br />

Vale, es demasiado.<br />

—¿Cómo sabes lo de mis muslos? —le pregunto en voz baja, en tono incrédulo.<br />

Pero si están debajo de la mesa, por favor.<br />

—He notado que el mantel se movía, y lo he deducido basándome en años de<br />

experiencia. No me equivoco, ¿verdad?<br />

Me ruborizo y me miro las manos. Su juego de seducción me lo pone muy<br />

difícil. Él es el único que conoce y entiende las normas. Yo soy demasiado ingenua<br />

e inexperta. Mi único punto de referencia es Kate, pero ella no aguanta chorradas<br />

de los hombres. Las demás referencias que tengo son del mundo de la ficción:<br />

Elizabeth Bennet estaría indignada, Jane Eyre, aterrorizada, y Tess sucumbiría,<br />

como yo.<br />

—No me he terminado el bacalao.<br />

—¿Prefieres el bacalao frío a mí?<br />

Levanto la cabeza de golpe y lo miro. Un deseo imperioso brilla en sus ojos<br />

ardientes como plata fundida.

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