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50sombras 168

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Medusa: el pelo ondeante, las manos aferrándose la cara como en El grito de<br />

Edvard Munch. La ignoro, pero se niega a volver a su caja. Estás haciendo que se<br />

enfade; piensa en todo lo que ha dicho, hasta dónde ha cedido. Miro ceñuda mi<br />

reflejo. Necesito poder ser cariñosa con él, entonces quizá él me corresponda.<br />

Niego con la cabeza, resignada, y cojo el cepillo de dientes de Christian. Mi<br />

subconsciente tiene razón, claro. Lo estoy agobiando. Él no está preparado y yo<br />

tampoco. Hacemos equilibrios sobre el delicado balancín de nuestro extraño<br />

acuerdo, cada uno en un extremo, vacilando, y el balancín se inclina y se mece<br />

entre los dos. Ambos necesitamos acercarnos más al centro. Solo espero que<br />

ninguno de los dos se caiga al intentarlo. Todo esto va muy rápido. Quizá necesite<br />

un poco de distancia. Georgia cada vez me atrae más. Cuando estoy empezando a<br />

lavarme los dientes, llama a la puerta.<br />

—Pasa —espurreo con la boca llena de pasta.<br />

Christian aparece en el umbral de la puerta con ese pantalón de pijama que se le<br />

desliza por las caderas y que hace que todas las células de mi organismo se pongan<br />

en estado de alerta. Lleva el torso descubierto y me embebo como si estuviera<br />

muerta de sed y él fuera agua clara de un arroyo de montaña. Me mira impasible,<br />

luego sonríe satisfecho y se sitúa a mi lado. Nuestros ojos se encuentran en el<br />

espejo, gris y azul. Termino con su cepillo de dientes, lo enjuago y se lo doy, sin<br />

dejar de mirarlo. Sin mediar palabra, coge el cepillo y se lo mete en la boca. Le<br />

sonrío yo también y, de repente, me mira con un brillo risueño en los ojos.<br />

—Si quieres, puedes usar mi cepillo de dientes —me dice en un dulce tono<br />

jocoso.<br />

—Gracias, señor —sonrío con ternura y salgo al dormitorio.<br />

A los pocos minutos viene él.<br />

—Que sepas que no es así como tenía previsto que fuera esta noche —masculla<br />

malhumorado.<br />

—Imagina que yo te dijera que no puedes tocarme.<br />

Se mete en la cama y se sienta con las piernas cruzadas.<br />

—Anastasia, ya te lo he dicho. De cincuenta mil formas. Tuve un comienzo duro<br />

en la vida; no hace falta que te llene la cabeza con toda esa mierda. ¿Para qué?<br />

—Porque quiero conocerte mejor.<br />

—Ya me conoces bastante bien.<br />

—¿Cómo puedes decir eso?

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