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50sombras 168

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trayendo el plato principal: ternera Wellington, me parece. Por suerte, se limita a<br />

servir los platos y se marcha, aunque se entretiene más de la cuenta con el de<br />

Christian. Me observa intrigado al verme seguirla con la mirada mientras cierra la<br />

puerta del comedor.<br />

—¿Qué tienen de malo los parisinos? —le pregunta Elliot a su hermana—. ¿No<br />

sucumbieron a tus encantos?<br />

—Huy, qué va. Además, monsieur Floubert, el ogro para el que trabajaba, era<br />

un tirano dominante.<br />

Me da un golpe de tos y casi espurreo el vino.<br />

—Anastasia, ¿te encuentras bien? —me pregunta Christian solícito, quitándome<br />

la mano del muslo.<br />

Su voz vuelve a sonar risueña. Oh, menos mal. Asiento con la cabeza y él me da<br />

una palmadita suave en la espalda, y no retira la mano hasta que está seguro de<br />

que me he recuperado.<br />

La ternera está deliciosa, servida con boniatos asados, zanahoria, calabacín y<br />

judías verdes. Me sabe aún mejor porque Christian consigue mantener el buen<br />

humor el resto de la comida. Sospecho que por lo bien que estoy comiendo. La<br />

conversación fluye entre los Grey, cálida y afectuosa, bromeando unos con otros.<br />

Durante el postre, una mousse de limón, Mia nos obsequia con anécdotas de París<br />

y, en un momento dado, empieza a hablar en perfecto francés. Todos nos<br />

quedamos mirándola y ella se queda un tanto perpleja, hasta que Christian le<br />

explica, en un francés igualmente perfecto, lo que ha hecho, y entonces ella rompe<br />

a reír como una boba. Tiene una risa muy contagiosa y enseguida estallamos todos<br />

en carcajadas.<br />

Elliot habla largo y tendido de su último proyecto arquitectónico, una nueva<br />

comunidad ecológica al norte de Seattle. Miro a Kate y veo que sigue con atención<br />

todas y cada una de sus palabras, con los ojos encendidos de deseo o de amor, aún<br />

no lo tengo claro. Él le sonríe y es como si se recordaran tácitamente alguna<br />

promesa. Luego, nena, le está diciendo él sin hablar, y de pronto estoy excitada,<br />

muy excitada. Me acaloro solo de mirarlos.<br />

Suspiro y miro de reojo a mi Cincuenta Sombras. Podría estar mirándolo<br />

eternamente. Tiene una barba incipiente y me muero de ganas de rascarla, de<br />

sentirla en mi cara, en mis pechos… en mi entrepierna. Me sonroja el rumbo de mis<br />

pensamientos. Me mira y levanta la mano para cogerme del mentón.<br />

—No te muerdas el labio —me susurra con voz ronca—. Me dan ganas de<br />

hacértelo.

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