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50sombras 168

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24<br />

Christian está en una jaula con barrotes de acero. Lleva sus vaqueros gastados y<br />

rajados, el pecho y los pies deliciosamente desnudos, y me mira fijamente. Tiene<br />

grabada en su hermoso rostro esa sonrisa suya de saber algo que los demás no<br />

saben, y sus ojos son de un gris intenso. En las manos lleva un cuenco de fresas. Se<br />

acerca con atlética elegancia al frente de la jaula, mirándome fijamente. Coge una<br />

fresa grande y madura y saca la mano por entre los barrotes.<br />

—Come —me dice, sus labios acariciando cada sonido de la palabra.<br />

Intento acercarme a él, pero estoy atada, una fuerza invisible me retiene<br />

sujetándome por la muñeca. Suéltame.<br />

—Ven, come —dice, regalándome una de sus deliciosas sonrisas de medio lado.<br />

Tiro y tiro… ¡suéltame! Quiero chillar y gritar, pero no me sale ningún sonido.<br />

Estoy muda. Christian estira un poco más el brazo y la fresa me roza los labios.<br />

—Come, Anastasia.<br />

Su boca pronuncia mi nombre alargando de forma sensual cada sílaba.<br />

Abro la boca y muerdo, la jaula desaparece y dejo de estar atada. Alargo la<br />

mano para acariciarlo, pasear los dedos por el vello de su pecho.<br />

—Anastasia.<br />

No… Gimo.<br />

—Vamos, nena.<br />

No… Quiero acariciarte.<br />

—Despierta.<br />

No. Por favor… Abro a regañadientes los ojos una décima de segundo. Estoy en<br />

la cama y alguien me besuquea la oreja.<br />

—Despierta, nena —me susurra, y el efecto de su voz dulce se extiende como<br />

caramelo caliente por mis venas.<br />

Es Christian. Dios… aún es de noche, y el recuerdo de mi sueño persiste,

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