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50sombras 168

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Pestañeo deprisa. ¿Por dónde empiezo? Alargo las manos a su camiseta y me las<br />

coge, sonriéndome seductor.<br />

—Ah, no. —Menea la cabeza, sonriente—. La camiseta, no; para lo que tengo<br />

planeado, vas a tener que acariciarme.<br />

Los ojos le brillan de excitación.<br />

Vaya, esto es nuevo: puedo acariciarlo con la ropa puesta. Me coge una mano y<br />

la planta en su erección.<br />

—Este es el efecto que me produce, señorita Steele.<br />

Jadeo y le envuelvo el paquete con los dedos. Él sonríe.<br />

—Quiero metértela. Quítame los vaqueros. Tú mandas.<br />

Madre mía, yo mando. Me deja boquiabierta.<br />

—¿Qué me vas a hacer? —me tienta.<br />

Uf, la de cosas que se me ocurren… La diosa que llevo dentro ruge y, no sé bien<br />

cómo, fruto de la frustración, el deseo y la pura valentía Steele, lo tiro a la cama.<br />

Ríe al caer y yo lo miro desde arriba, sintiéndome victoriosa. La diosa que llevo<br />

dentro está a punto de estallar. Le quito los zapatos, deprisa, torpemente, y los<br />

calcetines. Me mira; los ojos le brillan de diversión y de deseo. Lo veo… glorioso…<br />

mío. Me subo a la cama y me monto a horcajadas encima de él para desabrocharle<br />

los vaqueros, deslizando los dedos por debajo de la cinturilla, notando, ¡sí!, su<br />

vello púbico. Cierra los ojos y mueve las caderas.<br />

—Vas a tener que aprender a estarte quieto —lo reprendo, y le tiro del vello.<br />

Se le entrecorta la respiración, y me sonríe.<br />

—Sí, señorita Steele —murmura con los ojos encendidos—. Condón, en el<br />

bolsillo —susurra.<br />

Le hurgo en el bolsillo, despacio, observando su rostro mientras voy palpando.<br />

Tiene la boca abierta. Saco los dos paquetitos con envoltorio de aluminio que<br />

encuentro y los dejo en la cama, a la altura de sus caderas. ¡Dos! Mis dedos<br />

ansiosos buscan el botón de la cinturilla y lo desabrocho, después de manosearlo<br />

un poco. Estoy más que excitada.<br />

—Qué ansiosa, señorita Steele —susurra con la voz teñida de complacencia.<br />

Le bajo la cremallera y de pronto me encuentro con el problema de cómo bajarle<br />

los pantalones… Mmm. Me deslizo hasta abajo y tiro. Apenas se mueven. Frunzo<br />

el ceño. ¿Cómo puede ser tan difícil?<br />

—No puedo estarme quieto si te vas a morder el labio —me advierte, y luego

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