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50sombras 168

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mueve tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita<br />

sin prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la<br />

camisa.<br />

—Creo que has visto demasiado.<br />

Se ríe maliciosamente. Vuelve a sentarse encima de mí, a horcajadas, y me<br />

levanta la camiseta. Creo que va a quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello<br />

y luego la sube de manera que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me<br />

cubre los ojos. Y como está tan bien enrollada, no veo nada.<br />

—Mmm —susurra satisfecho—. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.<br />

Se inclina, me besa suavemente en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el<br />

leve chirrido de la puerta de la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En<br />

Portland? ¿En Seattle? Aguzo el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está<br />

hablando con Kate… Oh, no… Está prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Kate?<br />

Oigo un golpe seco. ¿Qué es eso? Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus<br />

pasos por la habitación y el sonido de hielo tintineando en un vaso. ¿Qué está<br />

bebiendo? Cierra la puerta y oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que<br />

caen al suelo. Sé que está desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.<br />

—¿Tienes sed, Anastasia? —me pregunta en tono burlón.<br />

—Sí —le digo, porque de repente se me ha quedado la boca seca.<br />

Oigo el tintineo del hielo en el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la<br />

boca un líquido delicioso y vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy<br />

excitante, aunque está helado, y los labios de Christian también están fríos.<br />

—¿Más? —me pregunta en un susurro.<br />

Asiento. Sabe todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro<br />

trago de sus labios… Madre mía.<br />

—No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia.<br />

No puedo evitar reírme, y él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se<br />

mueve, se coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro<br />

de mí.<br />

—¿Te parece esto agradable? —me pregunta, y noto cierto tono amenazante en<br />

su voz.<br />

Me pongo tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta<br />

un trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios<br />

desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un<br />

trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío

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