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50sombras 168

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¿Eh?<br />

Me coge de la mano y me lleva al dormitorio. Dominan la estancia la cama<br />

inmensa y unas cortinas de lo más recargado. Pero no nos detenemos ahí. Me lleva<br />

al baño que tiene dos zonas, todo de color verde mar y crudo. Es enorme. En la<br />

segunda zona, una bañera encastrada lo bastante grande para cuatro personas, con<br />

escalones de piedra al interior, se está llenando de agua. El vapor se eleva<br />

suavemente por encima de la espuma y veo que hay un asiento de piedra por todo<br />

su perímetro. En los bordes titilan unas velas. Uau… ha hecho todo esto mientras<br />

hablaba por teléfono.<br />

—¿Llevas una goma para el pelo?<br />

Lo miro extrañada, me busco en el bolsillo de los vaqueros y saco una.<br />

—Recógetelo —me ordena con delicadeza.<br />

Hago lo que me pide.<br />

Hace un calor sofocante junto a la bañera y el blusón se me empieza a pegar. Se<br />

agacha y cierra el grifo. Me lleva a la primera zona del baño, se coloca detrás de mí<br />

y los dos nos miramos en el espejo mural que hay sobre los dos lavabos de vidrio.<br />

—Quítate las sandalias —murmura, y yo lo complazco enseguida y las dejo en<br />

el suelo de arenisca—. Levanta los brazos —me dice.<br />

Obedezco y me saca el blusón por la cabeza de forma que me quedo desnuda de<br />

cintura para arriba ante él. Sin quitarme los ojos de encima, alarga la mano por<br />

delante, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja la cremallera.<br />

—Te lo voy a hacer en el baño, Anastasia.<br />

Se inclina y me besa el cuello. Ladeo la cabeza y le facilito el acceso. Engancha<br />

los pulgares en mis vaqueros y me los baja poco a poco, agachándose detrás de mí<br />

al tiempo que me los baja, junto con las bragas, hasta el suelo.<br />

—Saca los pies de los vaqueros.<br />

Agarrándome al borde del lavabo, hago lo que me dice. Ahora estoy desnuda,<br />

mirándome, y él está arrodillado a mi espalda. Me besa y luego me mordisquea el<br />

trasero, haciéndome gemir. Se levanta y vuelve a mirarme fijamente en el espejo.<br />

Procuro estarme quieta, ignorando mi natural inclinación a taparme. Me planta las<br />

manos en el vientre; son tan grandes que casi me llegan de cadera a cadera.<br />

—Mírate. Eres preciosa —murmura—. Siéntete. —Me coge ambas manos con las<br />

suyas, las palmas pegadas al dorso de las mías, los dedos trenzados con los míos<br />

para mantenerlos estirados. Me las posa en el vientre—. Siente lo suave que es tu<br />

piel —me dice en voz baja y grave. Me mueve las manos lentamente, en círculos,

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