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50sombras 168

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—Esta vez es para darnos placer, Anastasia, a ti y a mí —susurra.<br />

Levanta la mano y la baja con una sonora palmada en la confluencia de los<br />

muslos, el trasero y el sexo. Las bolas se impulsan hacia delante, dentro de mí, y<br />

me pierdo en un mar de sensaciones: el dolor del trasero, la plenitud de las bolas<br />

en mi interior y el hecho de que me esté sujetando. Mi cara se contrae mientras mis<br />

sentidos tratan de digerir todas estas sensaciones nuevas. Registro en alguna parte<br />

de mi cerebro que no me ha atizado tan fuerte como la otra vez. Me acaricia el<br />

trasero otra vez, paseando la mano abierta por mi piel, por encima de la ropa<br />

interior.<br />

¿Por qué no me ha quitado las bragas? Entonces su mano desaparece y vuelve a<br />

azotarme. Gimo al propagarse la sensación. Inicia un patrón de golpes: izquierda,<br />

derecha y luego abajo. Los de abajo son los mejores. Todo se mueve hacia delante<br />

en mi interior, y entre palmadas, me acaricia, me manosea, de forma que es como<br />

si me masajeara por dentro y por fuera. Es una sensación erótica muy estimulante<br />

y, por alguna razón, porque soy yo la que ha impuesto las condiciones, no me<br />

preocupa el dolor. No es doloroso en sí… bueno, sí, pero no es insoportable.<br />

Resulta bastante manejable y, sí, placentero… incluso. Gruño. Sí, con esto sí que<br />

puedo.<br />

Hace una pausa para bajarme despacio las bragas. Me retuerzo en sus piernas,<br />

no porque quiera escapar de los golpes sino porque quiero más… liberación, algo.<br />

Sus caricias en mi piel sensibilizada se convierten en un cosquilleo de lo más<br />

sensual. Resulta abrumador, y empieza de nuevo. Unas cuantas palmadas suaves y<br />

luego cada vez más fuertes, izquierda, derecha y abajo. Oh, esos de abajo. Gimo.<br />

—Buena chica, Anastasia —gruñe, y se altera su respiración.<br />

Me azota un par de veces más, luego tira del pequeño cordel que sujeta las bolas<br />

y me las saca de un tirón. Casi alcanzo el clímax; la sensación que me produce no<br />

es de este mundo. Con movimientos rápidos, me da la vuelta suavemente. Oigo,<br />

más que ver, cómo rompe el envoltorio del condón y, de pronto, lo tengo tumbado<br />

a mi lado. Me coge las manos, me las sube por encima de la cabeza y se desliza<br />

sobre mí, dentro de mí, despacio, ocupando el lugar que han dejado vacío las<br />

bolas. Gimo con fuerza.<br />

—Oh, nena —me susurra mientras retrocede y avanza a un ritmo lento y<br />

sensual, saboreándome, sintiéndome.<br />

Es la manera más suave en que me lo ha hecho nunca, y no tardo nada en caer<br />

por el precipicio, presa de una espiral de delicioso, violento y agotador orgasmo.<br />

Cuando me contraigo a su alrededor, disparo su propio clímax, y se desliza dentro<br />

de mí, sosegándose, pronunciando mi nombre entre jadeos, fruto de un asombro

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