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50sombras 168

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agas como una cualquiera. Doy gracias por que el vestido de Kate sea tan ceñido<br />

y me llegue hasta las rodillas.<br />

Cogemos la interestatal 5 a toda velocidad, los dos en silencio, sin duda<br />

cohibidos por la presencia de Taylor en el asiento del piloto. El estado de ánimo de<br />

Christian es casi tangible y parece cambiar; su buen humor se disipa poco a poco<br />

cuando tomamos rumbo al norte. Lo veo pensativo, mirando por la ventanilla, y<br />

soy consciente de que se aleja de mí. ¿Qué estará pensando? No se lo puedo<br />

preguntar. ¿Qué puedo decir delante de Taylor?<br />

—¿Dónde has aprendido a bailar? —inquiero tímidamente.<br />

Se vuelve a mirarme, su expresión indescifrable bajo la luz intermitente de las<br />

farolas que vamos dejando atrás.<br />

—¿En serio quieres saberlo? —me responde en voz baja.<br />

Se me cae el alma al suelo. Ya no quiero saberlo, porque me lo puedo imaginar.<br />

—Sí —susurro a regañadientes.<br />

—A la señora Robinson le gustaba bailar.<br />

Vaya, mis peores sospechas se confirman. Ella le enseñó, y la idea me deprime:<br />

yo no puedo enseñarle nada. No tengo ninguna habilidad especial.<br />

—Debía de ser muy buena maestra.<br />

—Lo era.<br />

Siento que me pica el cuero cabelludo. ¿Se llevó lo mejor de él? ¿Antes de que se<br />

volviera tan cerrado? ¿O consiguió sacarlo de su ostracismo? Tiene un lado tan<br />

divertido y travieso… Sonrío sin querer al recordarme en sus brazos mientras me<br />

llevaba dando vueltas por el salón, tan inesperadamente, con mis bragas<br />

guardadas en algún sitio.<br />

Y luego está el cuarto rojo del dolor. Me froto las muñecas pensativa… es el<br />

resultado de que te hayan atado las manos con una fina cinta de plástico. Ella le<br />

enseñó todo eso también, o lo estropeó, dependiendo del punto de vista. O quizá<br />

habría llegado a ser como es a pesar de la señora R. En ese instante me doy cuenta<br />

de que la odio. Espero no conocerla nunca, porque, de hacerlo, no soy responsable<br />

de mis actos. No recuerdo haber sentido nunca semejante animadversión por<br />

nadie, y menos por alguien a quien no conozco. Mirando sin ver por la ventanilla,<br />

alimento mi rabia y mis celos irracionales.<br />

Mi pensamiento vuelve a centrarse en esta tarde. Teniendo en cuenta cuáles creo<br />

que son sus preferencias, me parece que ha sido benévolo conmigo. ¿Estaría<br />

dispuesta a hacerlo otra vez? No voy a fingir remilgos que no siento. Pues claro

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