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50sombras 168

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cruel por no haber contestado a sus llamadas. Seguro que puede esperar hasta<br />

mañana.<br />

—Llegaremos en unos minutos —murmura Christian.<br />

Y de repente siento que me zumban los oídos, que se me dispara el corazón y<br />

que la adrenalina me recorre el cuerpo. Empieza a hablar de nuevo con el control<br />

de tráfico aéreo, pero ya no lo escucho. Creo que voy a desmayarme. Mi destino<br />

está en sus manos.<br />

Volamos entre edificios, y frente a nosotros veo un rascacielos con un helipuerto<br />

en la azotea. En ella está pintada en color azul la palabra ESCALA. Está cada vez<br />

más cerca, se va haciendo cada vez más grande… como mi ansiedad. Espero que<br />

no se dé cuenta. No quiero decepcionarlo. Ojalá hubiera hecho caso a Kate y me<br />

hubiera puesto uno de sus vestidos, pero me gustan mis vaqueros negros, y llevo<br />

una camisa verde y una chaqueta negra de Kate. Voy bastante elegante. Me agarro<br />

al extremo de mi asiento cada vez con más fuerza. Tú puedes, tú puedes, me repito<br />

como un mantra mientras nos acercamos al rascacielos.<br />

El helicóptero reduce la velocidad y se queda suspendido en el aire. Christian<br />

aterriza en la pista de la azotea del edificio. Tengo un nudo en el estómago. No<br />

sabría decir si son nervios por lo que va a suceder, o alivio por haber llegado vivos,<br />

o miedo a que la cosa no vaya bien. Apaga el motor, y el movimiento y el ruido del<br />

rotor van disminuyendo hasta que lo único que oigo es el sonido de mi respiración<br />

entrecortada. Christian se quita los auriculares y se inclina para quitarme los míos.<br />

—Hemos llegado —me dice en voz baja.<br />

Su mirada es intensa, la mitad en la oscuridad y la otra mitad iluminada por las<br />

luces blancas de aterrizaje. Una metáfora muy adecuada para Christian: el<br />

caballero oscuro y el caballero blanco. Parece tenso. Aprieta la mandíbula y<br />

entrecierra los ojos. Se desabrocha el cinturón de seguridad y se inclina para<br />

desabrocharme el mío. Su cara está a centímetros de la mía.<br />

—No tienes que hacer nada que no quieras hacer. Lo sabes, ¿verdad?<br />

Su tono es muy serio, incluso angustiado, y sus ojos, ardientes. Me pilla por<br />

sorpresa.<br />

—Nunca haría nada que no quisiera hacer, Christian.<br />

Y mientras lo digo, siento que no estoy del todo convencida, porque en estos<br />

momentos seguramente haría cualquier cosa por el hombre que está sentado a mi<br />

lado. Pero mis palabras funcionan y Christian se calma.<br />

Me mira un instante con cautela y luego, pese a ser tan alto, se mueve con<br />

elegancia hasta la puerta del helicóptero y la abre. Salta, me espera y me coge de la

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