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50sombras 168

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Será el Mac. Los dos me agarran por la cintura mientras nos dirigimos al<br />

aparcamiento.<br />

Siempre olvido el calor insoportable que hace en Savannah. Al salir de los<br />

confines refrigerados de la terminal de llegadas, nos cae encima la manta de calor<br />

de Georgia. Buf… Es agotador. Tengo que zafarme de los brazos de mamá y de<br />

Bob para quitarme la sudadera con capucha. Menos mal que me he traído<br />

pantalones cortos. A veces echo de menos el calor seco de Las Vegas, donde viví<br />

con mamá y Bob cuando tenía diecisiete años, pero a este calor húmedo, incluso a<br />

las ocho y media de la mañana, cuesta acostumbrarse. Cuando me encuentro al fin<br />

en el asiento de atrás del Tahoe de Bob, maravillosamente refrigerado, me quedo<br />

sin fuerzas, y el pelo se me empieza a encrespar a causa del calor. Desde el<br />

monovolumen, les envío un mensaje rápido a Ray, a Kate y a Christian:<br />

*He llegado sana y salva a Savannah. A :)*<br />

De pronto pienso en José mientras pulso la tecla de envío y, en medio de la neblina<br />

de mi fatiga, recuerdo que su exposición es la semana que viene. ¿Debería invitar a<br />

Christian, sabiendo que no le cae bien José? ¿Aún querrá verme Christian después<br />

del e-mail que le he mandado? Me estremezco de pensarlo, y me lo quito de la<br />

cabeza. Ya me ocuparé de eso luego. Ahora voy a disfrutar de la compañía de mi<br />

madre.<br />

—Cielo, debes de estar cansada. ¿Quieres dormir un rato cuando lleguemos a<br />

casa?<br />

—No, mamá. Me apetece ir a la playa.<br />

Llevo mi tankini azul de top atado al cuello, mientras sorbo una Coca-Cola light<br />

tumbada en una hamaca mirando el océano Atlántico. Y pensar que ayer, sin ir<br />

más lejos, contemplaba el Sound abriéndose al Pacífico. Mi madre gandulea a mi<br />

lado, protegiéndose del sol con un sombrero flexible desmesuradamente grande y<br />

unas gafas de sol enormes, tipo Jackie O, sorbiendo su propia Coca-Cola. Estamos<br />

en la playa de Tybee Island, a tres manzanas de casa. Me tiene cogida de la mano.<br />

Mi fatiga ha disminuido y, mientras me empapo de sol, me siento a gusto, segura y<br />

animada. Por primera vez en una eternidad, empiezo a relajarme.<br />

—Bueno, Ana… háblame de ese hombre que te tiene tan loca.<br />

¡Loca! ¿Cómo lo sabe? ¿Qué le digo? No puedo hablar de Christian con mucho

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