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50sombras 168

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despacio… entrando hasta el fondo… observándome mientras me toma.<br />

Gruño, cerrando los ojos, y saboreo la sensación, la absoluta penetración. Él<br />

mueve las caderas y yo gimo, inclinándome hacia delante y descansando la frente<br />

en la suya.<br />

—Suéltame las manos, por favor —le susurro.<br />

—No me toques —me suplica y, soltándome las manos, me agarra las caderas.<br />

Me aferro al borde de la bañera, subo y luego bajo despacio, abriendo los ojos<br />

para verlo. Me observa, con la boca entreabierta, la respiración entrecortada,<br />

contenida, la lengua entre los dientes. Resulta tan… excitante. Estamos mojados y<br />

resbaladizos, frotándonos el uno contra el otro. Me inclino y lo beso. Él cierra los<br />

ojos. Tímidamente, subo las manos a su cabeza y le acaricio el pelo, sin apartar mi<br />

boca de la suya. Eso sí está permitido. Le gusta. Y a mí también. Nos movemos al<br />

unísono. Tirándole del pelo, le echo la cabeza hacia atrás y lo beso más<br />

apasionadamente, montándolo, cada vez más rápido, siguiendo su ritmo. Gimo en<br />

su boca. Él empieza a subirme más y más deprisa, agarrándome por las caderas.<br />

Me devuelve el beso. Somos todo bocas y lenguas húmedas, pelos revueltos y<br />

balanceo de caderas. Todo sensación… devorándolo todo una vez más. Estoy a<br />

punto… Empiezo a reconocer esa deliciosa contracción… acelerándose. Y el agua<br />

gira a nuestro alrededor, formando nuestro propio remolino, un torbellino de<br />

emoción, a medida que nuestros movimientos se vuelven más frenéticos…<br />

salpicando agua por todas partes, reflejando lo que sucede en mi interior… pero<br />

me da igual.<br />

Amo a este hombre. Amo su pasión, el efecto que tengo en él. Adoro que haya<br />

volado hasta aquí para verme. Adoro que se preocupe por mí… que le importe. Es<br />

algo tan inesperado, tan satisfactorio. Él es mío y yo soy suya.<br />

—Eso es, nena —jadea.<br />

Y me corro; el orgasmo me arrasa, un clímax turbulento y apasionado que me<br />

devora entera. De pronto, me estrecha contra su cuerpo, enrosca los brazos a mi<br />

cintura y se corre él también.<br />

—¡Ana, nena! —grita, y la suya es una invocación feroz, que me llega a lo más<br />

hondo del alma.<br />

Estamos tumbados, mirándonos, de ojos grises a azules, cara a cara, en la inmensa<br />

cama, los dos abrazados a nuestras almohadas. Desnudos. Sin tocarnos. Solo<br />

mirándonos y admirándonos, tapados con la sábana.<br />

—¿Quieres dormir? —pregunta Christian con voz tierna y llena de

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