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cias con los aliados extranjeros, manejando medios<br />
para obtener finanzas. Cuando sonó el primer tiro<br />
se habían retardado en la elección <strong>del</strong> Comité Político<br />
Militar. Y luego un eco profundo que partió en<br />
dos un arbusto al lado <strong>del</strong> Pecas.<br />
—Creo —el chirrido de las palabras contra los<br />
dientes apretados— me cagué los pantalones. No<br />
tuvo tiempo de pensar en nada, sólo la vergüenza<br />
por el olor inconfundible de la mierda fresca que<br />
empezaba a subir, la sensación pastosa y fría <strong>del</strong><br />
bluyín manchado contra su culo, el deseo ferviente<br />
de que en ese lugar no hubiera moscas. Después<br />
ruido. Una campanita en el cerebro. Un pedazo de<br />
cielo entre las ramas de los árboles.<br />
López esperaba en la última mesa <strong>del</strong> bar de carretera,<br />
bebiéndose una cerveza lentamente. Alto y<br />
fuerte, con barba canosa, parecía uno de esos tíos<br />
complacientes que llevan a los sobrinos al cine todos<br />
los domingos. Miró entrar a Smith, su lugarteniente,<br />
un negro inmenso que cuidaba un bigote<br />
ridículo.<br />
Smith se sentó, cubierto de polvo, y esperó la<br />
pregunta:<br />
—¿Bajas?<br />
—Todos. Los setenta y cinco.<br />
—¿Y de los nuestros?<br />
—Ninguno. Uno. A un tal cabo Flores, de la<br />
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