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La piel del lagarto

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cuando el tío hablaba así, como un viejito. Sonrió.<br />

Pensaba en Magda.<br />

<strong>La</strong> conoció en la Universidad. <strong>La</strong>s reuniones <strong>del</strong><br />

grupo. Horas planeando las manifestaciones, preparando<br />

las molotov. Magda abría los ojazos: unas<br />

aceitunas. Movía el pelo rubio, llevaba al desgano<br />

pañuelo de seda, un bluyín roto, camisas que transparentaban<br />

las tetas pequeñas. El coordinador decía<br />

hay que tener cuidado con ésa, una burguesita,<br />

y fijaba la mirada dolorosa en su cintura magnífica.<br />

A ti te alimentaron con compota, compañera: así la<br />

había abordado. <strong>La</strong>s cervezas en O’ Gran Sol. Magda<br />

no bailaba salsa, se encantaba de verlo bailar con<br />

las putas <strong>del</strong> bar. <strong>La</strong> fue enamorando de a poco, con<br />

pausas de ajedrecista. El primer polvo. <strong>La</strong> cama sucia<br />

<strong>del</strong> hotel. Un chicle pegado al escaparate. Tres<br />

veces se asombró por sus explosiones: la húmeda<br />

determinación de volverse hoja, piedra de río. D a<br />

m e p o r e l c u l o. Casi acaba mientras lo ensalivaba.<br />

Un pelito ensortijado asomaba entre sus nalgas.<br />

Cuando lo sacó, vio la cabeza oscurecida de su palo.<br />

El olor a tierra <strong>del</strong> jardín de su abuela, las lombrices<br />

entre los rosales.<br />

—No te comas la luz.<br />

Bajó por la colina sin prestar atención al gemido<br />

<strong>del</strong> motor. Su vecino compraba el periódico en<br />

un quiosco. <strong>La</strong>s calles estaban sucias, como siem-<br />

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