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La piel del lagarto

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los bolsas que se atrevieron a salir por las entradas<br />

sitiadas. Y nosotros, donde Marvin, en silencio mirando<br />

la montaña que a esa hora daba miedo de lo<br />

rabiosamente violeta que estaba.<br />

—Coño, jodieron a Wiscon —dijo Ratael.<br />

—Sí, le dieron al pana.<br />

—¿Sabes qué vamos a hacer? —dije suavemente—<br />

Vamos a soltar a todos los perros de técnica<br />

quirúrgica. Que se jodan esos sádicos y aprendan a<br />

operar con su madre.<br />

Y nos fuimos al sótano <strong>del</strong> Anatómico donde<br />

estaban las jaulas de los perros, justo al lado de la<br />

piscina de cadáveres. A patadas rompimos las puertas<br />

de las jaulas, y azuzamos a los perros para que<br />

salieran. Algunos no tenían ojos, a otros ya les habían<br />

amputado una pata, los más tenían la barriga<br />

atravesada por un mapa de cicatrices, suturadas una<br />

y otra vez por los bachilleres de sexto y séptimo.<br />

Con unos palos los fuimos sacando hasta el jardín,<br />

ninguno quería moverse, se juntaban y se negaban<br />

a caminar. El Mesié le clavó una patada a uno de<br />

los que lucía más completo, así empezaron a moverse<br />

hacia la puerta Tamanaco, desde atrás se veían<br />

como el video de Michael Jackson versión perro, o<br />

como una vaina bíblica, algo así.<br />

—Vayan, son libres —les gritó Ratael.<br />

—Tú si eres ridículo, Ratael. Tú si eres bien im-<br />

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