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Sala de Partos<br />
<strong>La</strong> guardia estuvo movidita. Nació un chamo sin<br />
cabeza, el parto lo atendió Susana. Qué rica que<br />
está la Susana, con ese cuello tan largo y la naricita<br />
levantada y el cabello que se le derrama por los<br />
hombros en ondas que sólo con cien cepilladas cada<br />
noche. Una vez la vi saliendo de quirófano y tenía<br />
toda la entrepierna espolvoreada con talco de los<br />
guantes. Eso me mató: Susana tan fina, tan limpia,<br />
tan culito malo y le picó la totona y allí mismo se<br />
rascó con sus uñas de manicura semanal. Imaginé si<br />
le habría picado la cuquita por el sudor durante la<br />
intervención (los pelitos pegados a la <strong>piel</strong>, buscando,<br />
desesperados de calor, la raja hirviente), pensé<br />
que bien podía tener alguna irritación que le escaldara<br />
la <strong>piel</strong>, un enrojecimiento pruriginoso (pasarle<br />
la lengua, refrescarle el fuego mientras ella echa la<br />
cabeza hacia atrás agradecida), de sólo suponer que<br />
mientras se tomaba un café en las mañanas abajo<br />
la mordían los ácaros, se me paraba horrible y qué<br />
pena armando carpa a las siete de la mañana en<br />
el cafetín. Susana esperó mientras la mujer pujaba,<br />
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