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estudiado en estas mismas aulas y haya mandado a<br />
los Metros a darnos la mamá de las coñazas que nos<br />
dieron hoy —nos dieron es un decir. Nuestro amado<br />
Comité de retaguardia se replegó a las canchas<br />
de Sierra Maestra cuando la cosa se puso can<strong>del</strong>a.<br />
Ese jueves los panas encapuchados empezaron<br />
desde temprano los preparativos. Manteníamos una<br />
estructura simbiótica perfecta: ellos no se metían<br />
con nuestra vida vegetativa y nosotros les celebrábamos,<br />
desde nuestra tribuna no violenta, la justeza<br />
de sus luchas. Prepararon las piedras, las molotov, los<br />
rollos de alambre con los que soñaban algún día enlazar<br />
por el cuello a algún Metro motorizado de los<br />
que se lanzaban como Custer cuando quería joder<br />
a Caballo Loco por la entrada de Plaza Venezuela.<br />
<strong>La</strong> verdad, no recuerdo si la vaina iba por el presupuesto<br />
justo, o el pasaje estudiantil, o el comedor,<br />
la verdad, no me acuerdo. O si era por el decano de<br />
Ingeniería, que había intentado violar a una estudiante,<br />
todo se confunde en la bruma de la trona de<br />
esos días, que eran todos los días. Pero lo cierto es<br />
que nuestros panas los Capu habían acopiado piedras,<br />
miguelitos, varias cajas de cohetones aliñados,<br />
y una o dos fucas para cubrir la retirada. Los Metros,<br />
por su parte, ya habían cercado el fuerte Apache,<br />
nuestra insigne Casa de Estudios, fundada por<br />
el Libertador Simón Bolívar un día que pasaba por<br />
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